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Stephen Hawking – Por Luis Ortega

   

Alguna vez cité una expresión local que, ante el inmovilismo y la tozudez carpetovetónicos (ya sabéis: “sostenella y no enmendalla”), valora la inteligencia, la cintura intelectual y, con ambas, el derecho a variar de criterio cuando la evidencia lo aconseja y el sentido común lo impone. “No discutas, que es un hombre de ideas fijas”, me advirtió mi padre ante mi vana intención de pretensión de convencer a un obstinado de un hecho incuestionable. La exigible coherencia sirve para principios éticos y ya es bastante. El admirable Stephen Hawking (1942), que revolucionó la astrofísica con Una breve historia del tiempo (1989), donde definió con brillante didáctica los agujeros negros, cuestiona ahora su existencia en un artículo en la prestigiosa revista Nature, que ha provocado un debate científico tan animado y cálido como el que abrió hace veinticinco años. La polémica afirmación se relaciona con el llamado horizonte de evento, límite desde el cual, “nada podría escapar del poderoso campo de gravedad formado por una estrella colapsada en sí misma”. O sea, que sería como un denso telón que permite la entrada pero veta todas las salidas en cuanto ni la propia luz podría alcanzar la velocidad necesaria para escapar de ese ámbito.

Miren si seré un lego elemental, tan fascinado por el talento científico, que su negativa de ahora me parece tan convincente como su aseveración que, hace un cuarto de siglo, revolucionó la astrofísica. Desde esa posición de carne de misiones para los verdaderos sabios, entiendo que los hallazgos u “ocurrencias”, como ya las califican algunos, son oportunas y extraordinariamente útiles porque, de entrada, se han colado en un campo adormecido y atormentado por la recesión, donde el rigor y el lenguaje de sus secuelas no han permitido otras discusiones. Este hombre que se ha sobrepuesto a su discapacidad y la convierte en virtud, al contrario de los políticos, responde de sus afirmaciones y ha devuelto a la agenda cerrada de los grandes proyectos intelectuales la búsqueda de una teoría que sirva para casar la gravitación con las restantes fuerzas de la naturaleza. Del mismo modo que, alguna vez, y casi como un juego, hablaba de ámbitos donde se quebrarían las leyes físicas, según sus estados de ánimo, en unas ocasiones incluía a Dios en sus elucubraciones, “porque la idea de un ser superior no violenta mis concepciones”, como lo excluía. La fe, como me reiteraba el físico Luis Cobiella, es una cuestión meramente personal y, para bien y para mal, está a expensas de nuestros humores. Esperemos el próximo libro de Hawking.