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Canarias, en el vértice de Cuba y Venezuela – Por Isidoro Sánchez García

   

Desde que Colón llegó a Mesoamérica en 1492 se estableció un triángulo muy singular entre Canarias, Cuba y Venezuela. Todo ello por culpa de la “atlanticidad”, que diría el profesor lagunero Juan Manuel García Ramos, o de la vocación americanista del archipiélago canario, según el profesor de Historia de América, el orotavense Manuel González Hernández. Lo cierto es que Canarias siempre ha desempeñado un papel importante en el mundo de las relaciones socioeconómicas y culturales de estos territorios bañados por el océano Atlántico, y con el Teide como referente.

Recientemente me he enterado del fallecimiento de dos personajes nacidos en el Caribe, que conocí en los años de mi actividad política y cultural. Me refiero a Jaime Lusinchi y a Luis Carbonell, naturales del estado oriental de Venezuela, Anzoátegui, y de La Habana, respectivamente. Ambos fallecieron en el mes de mayo con casi noventa años edad. El primero fue médico de profesión y destacado dirigente político del partido Acción Democrática (AD) que fundara en Venezuela el recordado Rómulo Betancourt, uno de los padres de la democracia en la república de Simón Bolívar. Carbonell destacó por ser un destacado pianista, protegido del ínclito Ernesto Lecuona, y un magnífico recitador cubano. A los dos les gustaba Nueva York pero por razones distintas. El venezolano porque se vio obligado a marchar al exilio por culpa de las dictaduras de Gómez Contreras y Pérez Jiménez. El artista cubano, amigo también de Alejo Carpentier, marchó por razones culturales principalmente por la música, por el piano y la poesía.

Lusinchi destacó en el mundo de la política y al regreso a Venezuela en 1958 fue elegido diputado y luego senador. En 1981 fue electo secretario general de AD, lo que le abrió la puerta a la nominación presidencial. Fue el año en que Rómulo Betancourt vino a La Orotava invitado por el Ayuntamiento que presidió mi hermano Francisco, abogado ya fallecido, a propuesta de los vecinos del barrio del Farrobo donde había nacido su padre Luis. Ya en 1982 Lusinchi se acercó hasta La Orotava para participar en la Villa de Arriba, junto a la iglesia, la develación del busto que se erigió en homenaje al “viejo león” venezolano que presumía de fumar en pipa. Ello me permitió conocer, gracias al recordado fotógrafo canario Justo Molina, la campaña electoral de Lusisnchi en Venezuela adonde había acudido para participar en un seminario de Parques Nacionales. Al regreso escribí un artículo en Diario de Avisos que titulé Venezuela sobre unos cimientos de cristal, por la fragilidad sociopolítica que observé entonces.

Años más tarde, en 1986, una delegación tinerfeña se desplazó a Venezuela para constatar la realidad social, política y cultural del país hermano. Pocos meses más tarde, el presidente Lusinchi voló a Canarias y visitó la flamante Casa de la Cultura que lleva el nombre de su admirado Rómulo Betancourt. El presidente del gobierno de Canarias era Jerónimo Saavedra, el alcalde de la Villa, Isaac Valencia, y el presidente del Cabildo José Segura. Jesús Márquez era el cónsul general de Venezuela en Canarias. Con un amigo del colegio, natural de Santa Úrsula y sacerdote en Higuerote (Venezuela), vivimos una anécdota muy curiosa cuando la visita a la Villa, a pesar del miedo que se le tenía a Blanca Ibáñez, la secretaria privada de Lusinchi. Conseguimos que el presidente venezolano le diera plata al amigo cura a su llegada al palacio caraqueño de Miraflores, para arreglar las obras que no se terminaban en la iglesia del pueblo.
A Luis Carbonell lo conocí en La Habana gracias a Dulce María Loynaz, que aunque había fallecido unos años antes, me permitió en 2002 presentar en el famoso hotel Inglaterra de La Habana, sito en el Parque Central donde se alza la estatua de José Martí, -hijo de la canaria Leonor Pérez Cabrera-, el libro de Virgilio López Lemus que tituló Dulce María Loynaz, una cubana universal. Lo habíamos editado en el Centro de la Cultura Popular Canaria, en La Laguna, gracias al apoyo financiero del Parlamento Europeo en el que participaba como eurodiputado.

Me acompañaron en el acto, un familiar de Dulce María Loynaz y unos amigos cubanos, entre los que destacaban Pablo Amando Fernández y Marcelo Fajardo. Poeta afamado el primero y promotor cultural el prieto Fajardo, hoy profesor universitario en los Estados Unidos. El homenaje a la poeta Loynaz, Hija Adoptiva del tinerfeño Puerto de la Cruz desde 1951 y Premio Cervantes en 1992, fue todo un éxito, de manera particular por la actuación estelar de Luis Carbonell. Estaba algo delicado de salud pero desde su silla de ruedas fue capaz de emocionarnos a todos los amigos y admiradores de la ilustre cubana universal que fue Dulce María, denominada así por López Lemus. Resultó inolvidable escuchar la voz y el ritmo de Luis Carbonell a la hora de recitar las palabras que la Dama de las Américas, copiando al rey Juan Carlos, dejara plasmadas en el Prefacio de su novela de viajes a Canarias, Un Verano en Tenerife: Como mirto y laurel entrelazados, van sobre el archipiélago canario la Historia y la Leyenda. Querer separar una de otra es quebrarlas sin flor, poner en fuga todos los pájaros…

*EXEURODIPUTADO