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Contradicción complementaria – Por José Miguel González Hernández

   

Hace poco hemos conocido algún que otro informe relativo al estado de la economía de nuestro país, así como de la situación social de las personas, que pudieran parecer contradictorios, pero que en el fondo son complementarios. Mientras que el Fondo Monetario Internacional (FMI) asegura que España ha superado el bache, debido a que comienzan a dar fruto todos los ajustes, recortes, sacrificios y demás calificativos que se quieran colocar, en forma de confianza para los mercados de crédito. No obstante, el secreto del éxito no se ampara única y exclusivamente en lo que se ha hecho, sino en los planes futuros que hay que seguir haciendo.

En la nueva programación se ubica la eliminación de cargas sobre el tejido empresarial, con la finalidad de afianzar los tímidos, hasta ahora, procesos de inversión. Claro está que, si no puedes disminuir de forma directa sus costes operativos, aunque ya se ha ganado mucho terreno en el ámbito de las relaciones laborales, es conveniente permitir su acción en nuevos mercados, que hasta la fecha han estado en manos de los operadores públicos. Por ello, las privatizaciones así, como una salvaje liberalización económica, se muestran como mecanismo eficaz en aras de incrementar las rentabilidades de las inversiones o, en su defecto, unas normas acordes con los procedimientos más adecuados.

Volviendo al empleo, se sigue insistiendo en la rigidez y el coste de los contratos indefinidos, haciéndolos más precarios, tal y como se encuentran las personas con vinculación temporal. El símil es rápido: como envidiamos a las aves, en lugar de generar instrumentos que nos permitan volar, les cortamos las alas a todas ellas, y asunto arreglado. Razonamiento absurdo, pero razonamiento al fin y al cabo.

En definitiva, estamos de enhorabuena debido a que nos recuperamos. Pero, si leemos la letra pequeña del acuerdo, vemos que la causa no es otra sino la devaluación interna a la que ha tenido que ser obligada la sociedad española, o mejor dicho, parte de ella. Y de aquellos polvos, llegaron estos lodos. La encuesta de condiciones de vida publicada por el Instituto Nacional de Estadística indica que se sigue asistiendo a una caída de las rentas en los hogares españoles, con las connotaciones que tal hecho tiene sobre el consumo y el ahorro, no sólo desde el punto de vista de los imprevistos o vacaciones, sino de la vida diaria.

De igual modo, la población en riesgo de pobreza extrema también disminuyó (sobre todo en las personas mayores de 65 años, mientras que en la población cercana a los 16 años se incrementó).

En este sentido, la población en riesgo de pobreza es un indicador relativo que mide desigualdad. No mide pobreza absoluta, sino cuántas personas tienen ingresos bajos en relación con el conjunto de la población. Es decir, como toda la población tiene ingresos más bajos, relativamente queda menos contingente por debajo y no porque hayan mejorado sus rentas.

En este asunto, lo que tiene una responsabilidad directa es la calidad del empleo al que se puede acceder. La facilidad en el acceso al trabajo (independientemente de las condiciones) origina que la pobreza extrema caiga, pero se incrementa el riesgo de la pobreza moderada. ¿Por qué? Porque el hecho de trabajar no te exime de ser pobre debido a la alta e irracional temporalidad, a los bajos salarios e, incluso, a las condiciones de sobrecarga a las que se ve enfrentado el empleo supérstite. Por ello el truco que más se usa para sobrevivir, aparte del de la economía sumergida, se basa en ir dejando algún efecto impagado con carácter rotatorio, nunca el mismo. Este mes no pago el agua, el siguiente la luz y así sucesivamente. Entonces ¿nos estamos recuperando? De la grave asfixia puede, pero todavía estamos con la cuerda al cuello que nos sigue ahogando.

Y es que el secreto del éxito está en ser más competitivo siendo más pobres. Lo malo es que ese procedimiento ocasiona pan para hoy y hambre para mañana. Y lo del pan, todavía está por ver.

*ECONOMISTA