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Insumergible Rajoy – Por Juan Manuel Bethencourt

   

Hay una imagen que me ha llamado la atención en el ritual a través del cual el rey Juan Carlos ha renunciado al trono de España. El monarca firma su abdicación en presencia del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. El rey se va, Rajoy se queda. Quién lo hubiera imaginado hace unos años. Quizá era previsible contemplar la estampa del jefe de la Casa Real entregando el testigo, pues ha sido una especulación recurrente, si bien eran amplia mayoría los que sostenían que Su Majestad seguiría hasta el final, pues, según palabras apócrifas de él mismo, los reyes mueren, pero no dimiten. Ahora ya conocemos el hecho, de proporciones históricas (este sí), y lo llamativo es que sea Rajoy el fedatario del acontecimiento. Eso no lo hubiera previsto nadie, porque el líder del PP ha sido dado por muerto en términos políticos ya demasiadas veces. Y precisamente en esa presunción reside su mayor talento. Mariano Rajoy es sin duda un político con una capacidad de supervivencia excepcional. No es extraño por ello que su estrategia se base en esperar el error del adversario o presumir que el problema que hoy parece irresoluble se solucione por sí solo o caiga en el olvido.

Hay que decir que tampoco se lo han puesto fácil, sobre todo en las filas de su partido. Su primer mentor, Manuel Fraga, nunca le tuvo en particular estima, cuestión bien aprovechada por el hoy presidente para huir de los chubascos de la política gallega e instalarse cómodamente en un escaño del Congreso; primero en la oposición, más tarde como ministro en varias tareas. Ningún logro relevante, ningún error que acabara con él, un diesel de formidable rendimiento. Superado el fiasco de 2004, derrotado por Zapatero tras la designación digital de Aznar, fue un líder de la oposición francamente mediocre, y su vuelo tampoco remontó en los comicios de 2008, su segunda derrota a manos del PSOE, cuando hasta sus más fieles dieron por finiquitado su mandato. En un ejercicio brillante, haciendo de la necesidad virtud, Rajoy mantuvo su despacho en la calle Génova para evitar una guerra civil en el PP. La crisis económica supuso, acto seguido, el desplome del zapaterismo, y un líder destinado a pilotar la renovación de su partido se vio de repente como candidato favorito a ocupar, a la tercera, los salones de La Moncloa, y además con una muy confortable mayoría absoluta. Rajoy sigue en ese primer plano del que salieron ya Aznar y Zapatero, pero también Rodrigo Rato y, desde hace una semana, Pérez Rubalcaba. Ahora es el rey quien se va cerrando una etapa indeleble de la Historia de España, y es precisamente un registrador de la propiedad quien ejerce de notario. Hay que ver cómo flota este hombre. Deberían crear un cómic sobre sus mágicos poderes.
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@JMBethencourt