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El país de las botas de agua – Por Román Delgado

   

Si se confirma la noticia difundida ayer por el diario El País acerca de cómo contrata el Tribunal de Cuentas del Estado, el órgano oficial que debe vigilar y garantizar que todas las instituciones públicas españolas realizan sus gastos ajustados a lo que dicta la ley, este país ya se pone para pedir parada en la próxima y apearse de una vez, sin pensarlo mucho más. Si es cierto que el Tribunal de Cuentas del Estado, la entidad que tiene que velar por que las administraciones públicas y otras instituciones dependientes de fondos con ese mismo origen (por ejemplo, los partidos políticos) no incumplan las normas que nos hemos dado, tiene y acredita la extraña virtud, por no decir la indecencia, de ser el lobo que cuida las gallinas, apaga y vámonos, pero ya, casi sin esperar a que asome la siguiente guagua de TITSA, a pie, en bicicleta, sobre patinete herrumbroso o extraído de la basura, o en lo que haga falta. ¡Ya!, ¡ya! Salgo por patas. Si, como se sospecha (en el momento de hacer esta reflexión no había desmentido alguno), el tribunal concebido (y hasta con capacidad anexa otorgada para iniciar el enjuiciamiento a través de su propia Fiscalía) para meter por vereda a los que se gastan mal el dinero de todos se ha dedicado a trocear la cantidad de un contrato mayor para convertirlo en varios enanos y así otorgar esos servicios a dedo; o sea, a gente de la misma cuerda, lo mejor ahora sí es cambiarlo todo bajo la premisa de que con los políticos (y sus designados) lo razonable es no asumir el riesgo de que se puedan convertir (ya son más de la cuenta) en los zorros que atiendan los animales de corral. En este país cada vez hay menos zorros de los buenos y más zorros de los malos, los que engordan con la grasa (colesterol malo) de la corrupción, el gamberrismo, los favores imperfectos, las prebendas y otras suciedades vulgares, sofisticadas y variopintas. O terminamos limpiando esta basura tan metida en la piel del llamado régimen democrático, o poco a poco esto se termina convirtiendo en un chiquero de lo más apestoso y rebosante de porquería, en un demérito para el mismo Teide. O se actúa sin contemplaciones, que no lo creo (todo es la misma mierda, y mierda no mata a mierda), o todos seguiremos en este prolongado naufragio: todos menos los que tengan las botas de agua más altas, el calzado de la vergüenza que ya reposa, bien aparcado, en la zapatería resplandeciente de más de un político, junto a nobles, bellos y lujosos ejemplares de la novelería sin coste alguno, junto a diseños con huella de la vergüenza, del robo, en algún lado.

@gromandelgadog