Asumir ciertas cosas sin apenas parpadear, olvidar cuestiones importantes, que como sociedad sigamos viviendo en una cultura del despilfarro me parece increÃble después de todo lo que hemos pasado y sufrido. Ese comportamiento solo significa que nos negamos a aprender de la historia reciente. Hace dÃas que se repiten, en todos los formatos posibles, decenas de fiestas del agua, de la espuma o de lo que sea, en las que la diversión consiste en tirar a la basura el lÃquido elemento. Asaltan mi mente estas imágenes de niños y mayores saltando, mojados por riego, manguera o aspersión, felices y divertidos mientras el agua se pierde por los sumideros. Para mayor sorpresa toda esta serie de actividades de despilfarro hÃdrico, histriónico se diseminan por la geografÃa de cada una de las islas del archipiélago canario; y lo que es más sangrante, son organizadas por ayuntamientos, concejalÃas variopintas, ya sea directamente o con empresas de ocio y tiempo libre interpuestas. Chorros de agua propulsadas en plazas, colegios, en los eufemÃsticamente llamados campamentos de verano, se esfuman en el aire mientras nuestras balsas y reservas están al 50 por ciento de su capacidad en el mejor de los casos. En una sociedad, pretendidamente avanzada, en la que además no sobra el agua, en la que tenemos que recurrir a la desalación para regar jardines o fincas no se puede permitir tamaña orgia hÃdrica. Y muchos menos que esas locuras estén patrocinadas por entidades públicas, todo un dislate. TodavÃa recuerdo las enseñanzas de nuestros mayores que en el ámbito doméstico, nos enseñaban a bañarnos o a lavarnos los dientes, con el agua justa; y repasaban grifos y cañerÃas para evitar fugas. Ahorrar, dosificar y racionalizar el uso del agua debe ser hoy un comportamiento vintage, antiguo; eso sÃ, hasta que algún dÃa no muy lejano nos quejemos por posibles restricciones o racionamiento del lÃquido elemento.