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Tal y como la conocemos – Ylka Tapia

   

Un accidente, un malentendido, el diagnóstico de una enfermedad, una casualidad, una guerra… un acontecimiento fortuito puede cambiar, en tan solo una milésima de segundo, la vida tal y como la conocemos. Por ello, relativizamos, introducimos variables que atenúen nuestras emociones, sobre todo la angustia e incertidumbre. Más, cuando residimos en sociedades entregadas al hedonismo, una doctrina auspiciada, como no, por el avance tecnológico.

El progreso científico ha legitimado todo uso de la tecnología arropando la paradoja en la que estamos inmersos —además, los supuestos que resuelve están condicionados por factores políticos, sociales, económicos y militares y responden a unos intereses de grupo—. Creemos participar de la revolución del conocimiento adquiriendo el teléfono inteligente más puntero del mercado, pero nuestras comunidades están extremadamente polarizadas: mientras unos diligencian sobrevivir cada día a un cáncer, por ejemplo, otros se preocupan por insignificancias (cabe aclarar que no disminuyo la importancia del sufrimiento ante los problemas personales). Pero procuro, en un ejercicio de empatía con todos sus matices, ponerme en el lugar de una madre, una hermana, una hija que ha perdido a su ser querido de forma inesperada y, aunque se constriñe mi estómago, soy incapaz de sentir su profundo dolor. No obstante, sí soy capaz de no relativizar, de no dejarme arrastrar por la polarización social: porque ¿en qué clase de personas se han convertido aquellos que observan impasibles, casi inmunizados, fotografías en Internet de la muerte en Gaza?

Las lágrimas de sangre en los telediarios parecen insuficientes para conmover a quienes deberían censurar la impasibilidad de la comunidad internacional. Pesimismo, determinismo tecnológico… qué más da la terminología cuando escribo en este pequeño espacio sobre la agudizada carencia de solidaridad o de la indefensión que, hábilmente, han depositado en nuestras conciencias. No queremos ser contingentes, abrazamos el discurso tecnócrata mientras apartamos la mirada ante nuestra propia irracionalidad como especie. Sin embargo, no quisiera poner un punto final pesimista, sí uno para la esperanza, citando al escritor Ricardo J. Gómez: “disponemos de agentes éticos para reconstruir y redirigir la tecnología a través de reales cambios económicos, políticos y sociales”. Hagámoslo posible.

@malalua