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Tomás Gil Velázquez – Por Luis Ortega

   

El desarrollo industrial facilitó todas las ramas del trabajo contemporáneo y, concretamente en el campo de la plástica, las tareas de los creadores que fueron liberados de las ancestrales obligaciones de disponer las materias, soportes y colores para plasmar sus ideas. Con los continuos avances de la ciencia y la técnica ganaron pues comodidad y perdieron, porque nada es gratis, la atávica pasión de buscar, con similar intensidad que el propósito, los elementos precisos para visualizarlo. En su particular carrera de fondo, Gil Velázquez nos recuerda la dimensión artesana que acompañó a ciertos creadores desde las etapas aurorales del arte cavernario, si bien sus objetivos de indagación se concretan en un plástico de ingeniería, descubierto en los años treinta del pasado siglo y utilizado profusamente por la sociedad de consumo. Samot, que es su seudónimo artístico, se ha consagrado con ejemplar fidelidad a las cualidades, y calidades, del popular metacrilato que, a modo de omnipresente fanal, custodia todas sus fabulaciones y recuerdos documentales.

Así, con la alta transparencia -que compite y vence al cristal- despliega en amplios formatos -reforzados por bastidores férreos o de acero cortén- sus masas densas, redondeados callaos de playa o barranco, rocas y viejas restingas domesticadas por la constancia de las olas; todas con vocación ciclópea, en plena deserción de su peso, en huida o levitación. Desafiante en su dureza y resistencia a todas las causas de la erosión, desde la intemperie al mero olvido, envuelve rudos y severos argumentos vegetales, troncos secos, desnudos por el rayo fugaz, por la implacable vejez o el desuso, y estructuras piramidales, cipreses o pinos, en valiente soledad o en la proclamación del bosque; rostros ancianos y ruinas sugestivas que evocan horas plenas y ulteriores nostalgias por las arrumbadas costumbres que les dieron sentido. En rotundo cambio de angular, interpreta con sensibilidad visiones rurales y urbanas que se liberan del canon, o el tópico, si quieren por la depuración de anécdotas y por las calideces de las superficies empleadas en asunto y enmarcado. Y, por último, en la bella exposición que colgó en Arte Galería, recreó a su personal manera, las exigentes manufacturas de los pisapapeles vítreos que, con gruesa envoltura, albergan en su base complejas composiciones, mundos minúsculos resueltos con exactitud de relojero. Arte sostenido en los productos de esta hora y con los alientos y pulsiones que le son propios desde siempre.