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El complejo – Por Juan Hernández Bravo de Laguna

   

La cuestión religiosa no parece ser una dimensión relevante en la competencia política y electoral española si nos atenemos a los programas y a las manifestaciones habituales de nuestros políticos y nuestros partidos. Sin embargo, siempre está presente en una especie de segundo plano, que se hace patente ante cualquier circunstancia. Un ejemplo reciente fue la repatriación de dos religiosos españoles, uno de ellos infectado con el virus del ébola. Un sector de la izquierda planteó la miserable polémica, inconcebible en otro país, sobre traer o no traer de vuelta a los dos religiosos para intentar salvar sus vidas. Incluso el PSOE, que en un primer momento se había mostrado de acuerdo y no había planteado objeción alguna, se pasó en pocas horas al sector crítico, obsesionado por el fenómeno Podemos y por no ser sobrepasado a su izquierda. En definitiva, se politizó un asunto que nunca debió ser politizado; un asunto estrictamente humanitario y, sobre todo, un asunto que tenía que ver exclusivamente con el derecho de los españoles a ser protegidos y defendidos por España.

Por un lado, un sector de nuestra izquierda, anclado en un anticlericalismo visceral y antidemocrático. Y por otro, el Partido Popular, aquejado del eterno complejo de la derecha española ante cualquier crítica que provenga de su izquierda, en particular ante cualquier acusación de clericalismo. Y esos dos componentes juntos originaron una situación absurda y estúpida. Ante las críticas de la izquierda y la miserable polémica suscitada sobre la repatriación, en la que había surgido la cuestión del abono de sus gastos, cuando finalmente se produjo la directora general de Salud Pública del ministerio de Sanidad se apresuró a afirmar repetidamente, en declaraciones y en rueda de prensa, que los gastos del traslado -no los de la atención sanitaria- serían repercutidos en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, la Orden de los dos religiosos trasladados. Y el propio superior de la Orden aceptó a continuación, y también en rueda de prensa, ese abono. Fue solo después cuando Rajoy, en las confusas y atropelladas declaraciones que hizo en Palma de Mallorca tras su despacho veraniego con el Rey, aseguró que los gastos serían asumidos por su Gobierno. Añadió que no entendía por qué se había originado la noticia contraria y de dónde procedía. Y ningún periodista presente fue capaz de responderle que de la propia directora general competente en la materia.

Claro que entre las manifestaciones de la directora general y las de Rajoy se habían producido las reacciones de los partidos de la oposición. En España ningún partido reconoce nunca nada a otro salvo que gobiernen en coalición, por lo que ahora las críticas se produjeron en sentido contrario: el PSOE, IU y UPyD aceptaron el traslado y pusieron de relieve la evidente contradicción que suponía pretender cobrar un traslado efectuado por motivos sanitarios y humanitarios. Y la nueva situación obligó a Rajoy a la pirueta de negar lo que su propio Gobierno, a través de la directora general, había afirmado. El eterno complejo clerical de la derecha española.

Pero no solo de la derecha española. Da la impresión de que la propia Iglesia, y no solo la española, obsesionada por corregir los componentes reprobables de su pasado, sus escándalos económicos y el problema de la pederastia, ha caído también en un cierto complejo, que la lleva a intentar sobrepasar al pacifismo, al progresismo y a otros variados ismos. Llaman la atención, por ejemplo, las afirmaciones del Papa ante los periodistas que le acompañaban en el reciente viaje de regreso de Corea del Sur sobre la ofensiva islamista radical en el norte de Irak y Siria, y los bombardeos norteamericanos. Dijo que había que frenar a los islamistas radicales, y añadió: “Insisto en el verbo frenar, que no significa bombardear ni hacer la guerra”. ¿Y cómo piensa el Papa que se puede frenar o detener a los islamistas radicales, que asesinan a los cristianos sistemáticamente y en masa por no querer convertirse al Islam, sin bombardearles ni hacerles la guerra? ¿Pidiéndoles que se porten bien? Pacifismo bobalicón e irresponsable de sacristía y, sobre todo, mala teología, que olvida o desconoce la literatura teológica de primer nivel respecto a la guerra justa y el derecho a la legítima defensa. Pacifismo y antimilitarismo eclesial que hemos sufrido aquí mismo, sin ir más lejos, con la absurda polémica que se planteó hace años, a consecuencia del Sínodo diocesano, sobre la presencia de militares y armas en las procesiones.

No es una situación nueva. Alrededor de una sexta o una quinta parte de la población egipcia es cristiana, y está sometida a la presión y a los continuos ataques musulmanes de unos y de otros; víctima permanente de una intensa discriminación social y un continuado acoso (una de las fechorías de los manifestantes de los Hermanos Musulmanes es quemar iglesias cristianas) ante la indiferencia occidental -y cristiana-, el Vaticano -la Santa Sede- incluido. Por eso los cristianos coptos egipcios apoyan al régimen militar, igual que los cristianos sirios, los que todavía no han huido, apoyan al Gobierno de Damasco por idénticas razones. Pero el complejo no permite reconocerlo. No es políticamente correcto.