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María Antonia Iglesias – Por Luis Ortega

   

Hablamos de las gentes normales que, salvo honrosas excepciones, tenemos carne de regreso a los lugares donde vimos la luz primera, y de un oficio apasionante, triste y obligadamente heroico que, por encima de las palabras, tiene sus mayores activos en los silencios. María Antonia Iglesias (1945-2014) dijo adiós en su mitificada tierra de origen -“¡En Madrid nace cualquiera y viven todos!”- frente al mar que tanto amaba, sobre todo cuando el día crece o se echa a dormir, y, acaso, sin saber que dejó atrás reconocimientos y afectos sinceros porque su radical honradez y su difícil carácter, sin trampas ni trastiendas, calaron en la piel y la memoria de cuantos la miramos sin las orejeras carpetovetónicas de los prejuicios.

Ocurrió en una cafetería madrileña y contó con el entrañable y cordial arbitraje de una compañera, amiga común y acaso la más inteligente y leal colaboradora de la aguerrida periodista gallega. Dotada de una memoria prodigiosa, en lo profundo y lo capilar, al punto que, en muchas ocasiones, resultaba atropellada, y de una capacidad de adjetivación antológica, construyó su dignísimo currículo en medios de referencia de la animada Transición- Informaciones, Triunfo, Tiempo e Interviú- y, a comienzos de los noventa, entró en Televisión Española, donde como era previsible, llevó la dirección de informativos con mano firme y resaca exterior porque entonces se perfilaba una firme alternativa al largo liderazgo de González. Con distancia y perspectiva, achicó a su antecesor -Carcedo- y su sucesor -Buruaga- en un cargo que, gobierne quien gobierne, está sometido a polémica. El tiempo -permitan la obviedad- puso las cosas en su sitio y María Antonia superó en inteligencia y profesionalidad a quienes heredaron su sillón, a quienes lo ambicionaron sin éxito y a una capilla rencorosa que la criticó con zafiedad y constancia hasta el último día. Colaboradora independiente en prensa escrita y audiovisuales, tertuliana insobornable y coherente en su ideología progresista y en sus firmes creencias católicas -“porque, por más que se empeñen los meapilas no hay ninguna contradicción”- nos dejó una docena de libros que, pese a la puntualidad de sus asuntos, resisten por su rigor, amenidad y buena prosa sin los signos de vejez que amarillean los tochos de circunstancias. Fue -es- una persona singular y lo revela no sólo su biografía sino el contrapuesto elenco de sus muchos y buenos amigos: Fraga, Suárez, Felipe, Aznar, Guerra, Anasagasti, Carrillo, Sartorius, Polanco, Tarancón, Elías Yanes…