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Los elogios perdidos – Por Saray Encinoso

   

La crítica siempre ha tenido más recorrido que el halago. No es casualidad que los insultos llenen más titulares de periódicos que las alabanzas: el mal ajeno siempre ha acaparado más las miradas. Sin embargo, últimamente parece que esa satisfacción o condescendencia con las tragedias del prójimo se ha vuelto más popular y que agasajar o aplaudir está igual de mal visto que disfrutar con un partido de fútbol. Nos han convencido de que son tiempos para auditar las desgracias ajenas, concentrarnos en las derrotas colectivas y hacer lo posible por sobrevivir. La excusa es que la desgracia compartida de la crisis no nos da tregua, ni siquiera para reparar en las virtudes del que tenemos al lado. Este estado de crítica constante en el que nos hemos zambullido no solo es deprimente, injusto o insolidario, tampoco es rentable ni deseable, porque favorece la mediocridad.

De los periodistas y escritores a los que sigo con entusiasmo me interesa casi todo lo que escriben. No coincido siempre con ellos, pero su manera de entender las cosas me sirve en cada una de las lecturas. Cuando se empecinan en las críticas también leo con atención -faltaría más-, y agradezco su capacidad de alzar la voz y denunciar las injusticias que ven a su alrededor, de no desfallecer y convertir su cansancio en silencio, pero siempre detecto lo mismo: son infinitamente mejores cuando transmiten su admiración, pasión o devoción por alguien o algo. Entonces es como si vaciaran en un folio -o en cuatrocientos- todo lo que guardan dentro: una mezcla de sabiduría y gratitud que, a través de las palabras exactas y después del tiempo de maceración perfecto, da lugar a un texto magnífico. De esos que terminas de leer tan reconciliado con el mundo que te inspiran para hacer cosas que tenías pendientes o que no se te habían ocurrido.

Necesitamos elogiar, ensalzar, enaltecer aquello -que lo hay- que es digno de encomiar. Es imprescindible para poder avanzar: sucede en Cataluña -hay que decirles a los catalanes por qué son importantes para España-, en el trabajo -el deterioro de las tareas se perpetúa y acentúa si los jefes no motivan a través del reconocimiento- y con nuestra familia. Las críticas, sobre todo las constructivas, ayudan a seguir adelante, pero tirar piedras a diestro y siniestro no sirve para nada. No es saludable exaltar la tirria o la animadversión, pero es que también, egoístamente, es absurdo. La gente necesita emocionarse por algo: es la fórmula perfecta si de verdad queremos que algo cambie.
@sarayencinoso