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Sin pelos en las teclas >

¿Hay democracia? – Por Cecilio Urgoiti

   

Una de las cuestiones más controvertidas de la Ciencia Política en la actualidad, es la siguiente: ¿Existe la democracia más allá del Estado-Nación? Enunciémosla de otra forma: ¿Es el Estado-Nación la única vía para el imperio de la ley y el principio de los derechos humanos? Se me antoja la posterior respuesta: La democracia se creó con el horizonte local, la Ciudad-Estado en la Grecia Clásica se transformó durante la modernidad en el ámbito nacional, en el Estado-Nación, hace tan sólo dos siglos y ahora, en el futuro, debe ser reinventada, pero nunca regenerada, su transformación se hará a un nivel transnacional. La democracia que hoy nos sustenta y sustentamos es una “democracia legal” donde la participación de los ciudadanos, se ciñe a votar en un periodo de tiempo más o menos largo, con lo que legitimamos a una elite. Su misión es generar un Gobierno fuerte, que dome al Parlamento, ya que son los partidos políticos los que, con la configuración de mayorías, van hacer posible el mantenimiento del Gobierno. Las preguntas, las interpelaciones, las comisiones de investigación, la generación de leyes van a funcionar en aras a la reglamentación parlamentaria, creadas en la generalidad de los casos, por quienes van a impedir la caída del Gobierno, pero también esas leyes pueden ayudar a desmantelar un pobre Estado de Bienestar e imponer un desatinado neoliberalismo que se sustenta de esa democracia legal e incluso mayoritaria, pero sin el importante beneplácito de la participación del pueblo, que voto hace más de tres años, por ejemplo. Miremos ahora a los ciudadanos. Obtenemos otro límite importante: los individuos no son activos de manera directa. Su protesta se expresa de manera simbólica y a través de los medios de comunicación o en la calle, donde los medios recogen la información. Otra pregunta decisiva es la siguiente: ¿Quién es el dueño de los símbolos? Esto debería ser tanto más factible cuanto más sencillo es el símbolo escenificado, donde sencillez significa, transmisibilidad: todos nosotros hemos atentado alguna vez contra el medio ambiente, con la diferencia esencial, eso sí, de que la probabilidad de la absolución pública seduce tanto más, todo lo mayor que es la gravedad del acto. En segundo lugar, grito de indignación moral: “los de arriba” pueden, con la bendición del Gobierno y de sus expertos, hundir una isla llena de residuos. Mientras que, “los de abajo”, debemos dividir en tres partes cada bolsita de té. Té, papel e hilo, para, la salvación del mundo. En tercer lugar, oportunidad política, vamos a una guerra, para luego dar un discurso en el Parlamento, sin mirar qué nos da lo mismo que mueran soldados nuestros o del oponente. En cuarto lugar, tráfico de indulgencias ecológicas: el bloqueo cobra importancia con la mala conciencia de las sociedades industriales porque, a través de él, se puede repartir una especie de perdón sin costes ulteriores para la Administración. No nos vale en la actualidad esta democracia legal, su transformación, repito, incluso siendo pesado, que no regeneración. Apremia.