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Lo de Escocia – Por Francisco Pomares

   

Lo de Escocia, sin ser del todo una sorpresa, viene a demostrar una cosa: no siempre tienen la mayoría quienes hacen más ruido. Muchos estamos convencidos de que si algún día llegara a producirse una votación por la independencia en Cataluña, es probable que al final, los resultados fueran parecidos a lo que ha sucedido en Escocia.

En el análisis posterior al resultado escocés, algunos interpretan que ha sido la alta participación la que ha puesto de relieve la existencia de una mayoría que no se manifiesta públicamente, que teme defender sus ideas para no ser acusada de retrógrada o de contraria a los intereses de su pueblo, pero que no cree en aventuras y apuesta por la continuidad, por las reformas y no por las rupturas.

Esa suele ser una tendencia muy asentada en las sociedades maduras, pero el problema en relación con Cataluña es que no podremos saber que piensan los catalanes, porque no hay opciones legales para plantear esa consulta.

La única forma de plantearla desde la legalidad sería desde un consenso nacional para reformar la Constitución, y es muy difícil que una reforma constitucional apoyada por una mayoría de la nación llegue a incorporar la posibilidad del referéndum secesionista. El actual callejón sin salida es consecuencia de una sucesión de errores de los que no se libra nadie: una cándida promesa de Rodríguez Zapatero sobre la capacidad del Parlamento catalán para llevar el Estatuto donde quisiera, una campaña oportunista del PP en contra del Estatuto y en cierta medida de Cataluña, y un pacto insensato de los nacionalistas moderados de Convergencia i Unió con los radicales de Esquerra, cuyo objetivo principal no era la independencia sino el Gobierno.

El president Más se dejó enredar en una deriva sin final posible que ha radicalizado las pretensiones catalanas, va a destruir al Gobierno nacionalista, y ha convertido a Esquerra en el primer partido político del antiguo condado. Los españoles hemos admirado y envidiado a Cataluña: su dinamismo, su empuje cultural, capacidad para el negocio y su seny -su sensatez y cordura- para enfrentarse a los problemas, disfrutar de la vida y abrirse a lo nuevo.

La parte de Cataluña que hoy se moviliza por la independencia sigue teniendo algunos de esos valores -la imaginación y el entusiasmo, por ejemplo- pero ha perdido su capacidad para relativizar. Se ha convertido en una sociedad del todo o nada, del bien y el mal absolutos.

Y si la historia nos demuestra algo es que las sociedades pocas veces se enfrentan a una lucha titánica entre el bien y el mal, sino que tienen que elegir entre lo que es conveniente y lo que es peligroso. Como han hecho los escoceses.