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Talas salvajes – Por Rafael Torres

   

Abrumada por la naturaleza y envergadura de las talas perpetradas por el Gobierno de Rajoy en las avenidas de los servicios públicos y en los paseos de los derechos civiles, la ciudadanía ha reparado tarde, o no ha reparado aún, en la locura arboricida desatada en varias ciudades españolas por la mano, en la mayoría de los casos, de regidores municipales del PP. En Sevilla, donde las feroces e inadecuadas podas han ido debilitando los ejemplares de porte más soberbio, se ha llegado recientemente al sindiós de arrancar de cuajo todos los árboles de una céntrica calle para que pueda verse desde cualquier punto de la misma, al fondo, la Torre del Oro. Cualquier criatura en su sano juicio entiende que para poder ver la Torre del Oro o cualquier otra cosa, aparte de acercarse un poco, hay que conservarse vivo, circunstancia que bajo el sol calcinante de Sevilla, sin árboles bajo los que guarecerse, se antoja improbable.

El caso de Marbella es más sangrante si cabe: árbol hermoso y sano que ve el Ayuntamiento, árbol que tala so capa de meter la fibra óptica o en base a cualquier otro argumento majadero. El Ayuntamiento ya se ha cepillado todos los maravillosos árboles de la emblemática calle Finlandia, y los miles de pájaros que los habitaban, y la fresca sombra que su bóveda vegetal proyectaba benéfica sobre las personas, y la funesta alcaldesa amenaza con extender su furor arboricida hasta el exterminio total. Las talas, mira que a esa gente le gustan las talas.