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Tampoco yo creo en dios – Por Carmelo Pérez

   

Dice Stephen Hawking que es ateo, que no cree en dios y que no necesitamos ninguna deidad para explicar el origen y el destino del universo y de la vida. Y yo estoy de acuerdo con él. Tampoco yo necesito un dios para que me explique cómo surgió la existencia, cuál es el mecanismo que la sostiene y hacia dónde se dirige este lentísimo devenir de la materia. No me hace falta un Olimpo de titiriteros que muevan los hilos de la feria cada mañana para poner en marcha el existir.

“No hay ningún aspecto de la realidad fuera del alcance de la mente humana”, dijo el genial científico en Tenerife. Ahí es donde opino que flaquea su argumentación: bien porque su concepto de lo real está muy limitado, bien porque se acoge al arcano recurso de que hay cosas que todavía no entendemos, pero que ya llegará el momento en que logremos hacerlo. Esto último viene a ser lo mismo que la pretensión medieval de una fe ciega, pero por lo civil.

Quizá Hawking desconozca que los creyentes dejamos de recurrir hace muchos decenios a que es un mágico misterio todo lo que no somos capaces de comprender. Quizá no sabe que desde hace muchos años hombres de fe y de ciencia se dan la mano es sus por qué y en sus cómo -respectivamente- en un empeño común para hacer de este mundo un lugar más humano, más amable para quienes lo habitamos.

Yo no busco desentrañar los secretos de un dios arquitecto, ingeniero cósmico, aunque me fascina la enormidad de cuanto existe. Para argumentar sobre las inmensidades siderales y para bucear en el universo microscópico me fío de quienes no han abandonado la original humildad intelectual que por definición cimenta la investigación científica. Esos que se calzan cada día el mono de trabajo con el deseo de saber más, de llegar más lejos, de conocer mejor, desde más adentro.

Pero jamás aceptaré que una bata blanca y un doctorado sean los argumentos filosóficos incontestables que han de producir la entrega incondicional de la voluntad del hombre de la calle. Menos aún si la petición de fe ciega en la ciencia incluye el desprecio hacia otro tipo de realidades y conocimientos, cada uno de ellos útiles en el campo que les es propio.

Hawking no cree en ese dios en minúsculas, y yo tampoco. El Dios en el que creo se escribe con mayúsculas y lo busco porque él me buscó primero. Si no, sería imposible salir a su encuentro. Yo no puedo inventármelo.

Yo corro tras él porque es el dueño de los porqué que me habitan y me hacen ser más que materia. Aunque esa materia sea gloriosamente bella, inmensamente capaz y motivadora, germen de todos los mañanas. No busco a Dios por miedo al existir, sino por la alegría de vivir. Cada una de mis células suspira porque presiente que es mucho más que una triste aventura físico-química sin sentido.

Los creyentes no podemos vivir como pidiendo perdón porque Dios existe. Quienes no nos entienden es porque piensan que hablamos de un dios con minúsculas, o porque realmente lo hacemos. Pero no es el caso en un creyente de verdad. Fuera complejos.

@karmelojph