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Vacío – Por Juan Cruz

   

Para tu ciudad es un vacío el que deja Arturo, y para nuestra alma una infinita congoja, pues no conseguimos que él fuera feliz, y nosotros tampoco hemos sido felices no siéndolo él, no siéndolo nosotros. A nuestra generación, y a la de Arturo, que es casi la nuestra, le ha ocurrido algo que ha cruzado por el camino como una maldición de la que no se han recuperado ni la historia ni la vida. Él nació, como otros compañeros suyos, cuando en España renacían los valores republicanos, después de los distintos desastres que conmovieron el antiguo espíritu imperial. Como señalaba hace unos días el historiador José Álvarez Junco, que pronto estará en el Instituto de Estudios Hispánicos del Puerto de la Cruz, este país se levantó de su crisis noventayochista con el ánimo de regenerarse, y cuando esa regeneración anímica, y por tanto cultural, educativa y científica, estaba en marcha, se impuso el drama de la guerra civil. Y esa generación escachada (como decía Enrique Lite) por la contienda y sus recuerdos sufrió los embates calientes de ese periodo. Luego ocurrieron otras cosas y otros accidentes, personales, colectivos, a Maccanti y a tantos otros; recuperarse de los accidentes colectivos está al alcance del tiempo, pero cuando los accidentes son del alma y son personales, y graves, ya es mucho más difícil hacernos a la mar, y a Arturo le costó siempre, por razones que conoces, hacerse a la mar. Su navegación ha sido dura, compleja. Se observa en su poesía, se vislumbraba en el alma atormentada que le amanecía en la cara en los últimos años de su vida. Debo decir que, a pesar de ello, siempre conservó los valores que O’Shanahan describe en el prólogo de la edición de El eco de un eco de un eco del resplandor: era bondadoso como Machado, estaba preso de la angustia de un Pavese, era tierno como Ungaretti… Con los jóvenes (entonces yo era joven) fue obsequioso: me ayudó a hacer, en El Día, el Tagoror Literario, y en su compañía uno sentía que existía el milagro de la poesía… En La Laguna fue un monumento que andaba; ahora espero que la ciudad le rinda el recuerdo que él jamás dejó de prodigarle.

Adiós a un poeta – Por Juan Manuel Bethencourt