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Una historia encerrada en una pequeña casa

   
Antonio y Berta enseñan su nueva casa. | F. P. Berta Ferreiro mira con tristeza el patio de la que hasta hace dos semanas era su casa, en el número 102 de la calle de Ismael Domínguez, en Tacoronte. / FRAN PALLERO Antonio y Berta enseñan su nueva casa. | F. P. Antonio y Berta enseñan su nueva casa. | F. P. Antonio y Berta enseñan su nueva casa. | F. P.
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Berta Ferreiro mira con tristeza el patio de la que hasta hace dos semanas era su casa, en el número 102 de la calle de Ismael Domínguez, en Tacoronte. / FRAN PALLERO

GABRIELA GULESSERIAN | Tacoronte

Leovigildo vivía solo en la casa 100 de la calle de Ismael Domínguez. No tenía familia. Antonio Méndez y Berta Ferreiro, sus vecinos, cuidaron de él hasta último momento. Fueron grandes amigos. El matrimonio lo cuidaba y le lavaba la ropa. “Un día se puso muy malito y me pidió que llamara al médico y a partir de ahí comenzó a decaer”, cuenta Antonio. Su única compañía era un pequeño ratón “que siempre se sentaba con él en el sofá y que un día, sin querer, lo maté con un palo”, cuenta.

Leovigildo, cuyo apellido no pronuncian, tenía 80 años y falleció hace unos seis o siete. No recuerdan la fecha exacta pero aseguran que tienen la esquela guardada como si se tratase de un pequeño tesoro. O una manera de tenerlo presente.

Coinciden en que “era un hombre muy educado y respetuoso” y todavía a ambos se les saltan las lágrimas cuando hablan de él. Berta siempre le llevaba la comida en una bandeja y su esposo lo aseaba y lo duchaba pese a que en ocasiones era muy reacio a hacerlo. “Yo le decía que una persona mayor y enferma siempre tiene que estar limpia y así lo convencía”, relata Antonio.

Desde el jueves, la pareja vive en el inmueble que heredó de su vecino. “Nunca nos imaginamos que nos iba a dejar su casa y un solar. Yo no quería nada, solo que viviera”, dice Berta. Ese regalo les costó mucho dinero ya que al tratarse de una herencia y no tener lazos de consaguinidad Hacienda “les dio un palo” obligándoles a pagar 84.000 euros. Tuvieron que vender el otro terreno para poder afrontar los gastos, una situación que finalmente denunciaron en los tribunales. Y aunque están un poco desencantados con la Justicia, esperan que al menos en este caso les dé la razón porque supondría un gran alivio.

Pero la casa siempre quisieron conservarla e hicieron todo lo posible para lograrlo. “Yo le tengo mucho respeto porque me parece que lo veo cada vez que entro”, sostiene Berta.

Gracias al mantenimiento que le dispensaron, sus vecinos de la calle de Ismael Domínguez y los miembros de la plataforma Yo también vivo en el 102 la acondicionaron para que el matrimonio no tuviera que mudarse de barrio tras haber sido obligados a desalojar su casa, en el 102, como consecuencia de la denuncia interpuesta por el otro vecino colindante, Urbano Hernández, quien asegura que la vivienda de Antonio y Berta se asienta sobre los cimientos de la suya.

El inmueble es pequeño pero reúne todas las condiciones para que el matrimonio pueda estar cómodo. Sala, cocina, baño, habitación, un patio que planean techar para tener más lugar cuando vayan los amigos a visitarlos y un huerto. Pero también vistas al que hasta hace dos semanas era el suyo, donde tienen sus limoneros. “Es difícil, pero seguiremos luchando porque esa es nuestra casa. La vemos y es imposible olvidarnos de todo lo que pasó”, aseguran.

Saben que no será sencillo pero estos dos primeros días han pasado la prueba. Entre otras cosas, porque han estado siempre arropados por sus vecinos, para quienes no tienen palabras de agradecimiento. “Todo lo que tenemos es gracias al pueblo de Tacoronte”, recalcan.

Poco a poco Antonio Méndez y Berta Ferreiro van recuperando la normalidad. Ya al menos tienen a sus animales, su perro y su gato, a quienes añoraron mientras descansaron unos días en Puerto de la Cruz y los dejaron al cuidado de otra de sus vecinas. Y se imaginan que diría Leogivildo si supiera quienes son los nuevos inquilinos de su casa.