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Nikos Kazantzakis – Por Luis Ortega

   

Conservo en el patio de mi casa una lápida de piedra caliza -un modesto souvenir comercializado entre turistas mitómanos y curiosos- que, en griego clásico y con su propia caligrafía, reproduce el epitafio de la personalidad más notable de la Creta contemporánea. “No temo nada. No espero nada. Soy libre”, reza la breve inscripción que señala una austera tumba de cuatro bloques de piedra, rematada por una cruz latina, la única habilitada sobre las históricas defensas de Candía, la actual Heraclión. Allí reposa desde octubre de 1957, un honesto e incansable buscador de la verdad y la redención material de los pobres por el camino de perdón y gracia, predicado por su admirado Jesús de Nazareth, o a través de la ideología socialista, cuyo nacimiento  vivió en el octubre rojo de 1917. De familia acomodada y culta, Nikos Kazantzakis (1885-1957) cursó la carrera y se licenció en derecho  en Atenas y, luego, a la vez que escribía para la prensa y revistas minoritarias, estudió filosofía en París (con Henri Bergson), sociología en Berlín e historia en Roma; viajó por toda Europa como reportero y dejó brillantes testimonios personales de un mundo en ebullición que mostraba sus primeros síntomas en España, tanto en la apertura del lustro republicano como en la Guerra Civil, que narró con dramática precisión; escribió una docena de novelas, con tanta potencia argumental y de tan ricos perfiles humanos que se convirtieron en notables guiones cinematográficos; ensayos filosóficos, obras dramáticas y profunda y ampulosa poesía, entre la que sobresale la épica continuación del Ulises, con 33.333 versos, que retoma la historia justo donde la dejó Homero. En la soledad del escritorio y en sus conversaciones con intelectuales de Europa, Oriente Medio y Asia, latió siempre el ideal de conjunción de las dos fuerzas cósmicas, la materia y el espíritu que, lejos de ser antagónicas, son, por el contrario, armónicas y complementarias, como ejemplificó en Vida y hechos de Alexis Zorba (o Zorba el griego, como gusten), la obra que, inspirada en un personaje real -un candiota sencillo, escribidor pueblerino y buscavidas- le dio fama mundial y le puso a las puertas del Nobel, negado entonces “por su actitud políticamente incorrecta en la farsa hipócrita de la posguerra”. Aquejado de leucemia, escribió hasta sus últimos días; fue excomulgado en 1955 por la Iglesia Ortodoxa, escandalizada por sus profanas visiones del Hijo del Hombre y, dos años más tarde, cuando le fue negada la sepultura en sagrado, sus paisanos lo inhumaron en la cintura pétrea que protegió a su pueblo de los enemigos.