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Óscar Domínguez en La Laguna – Por Juan Manuel Bethencourt

   

Conviene visitar la exposición monográfica sobre la obra de Óscar Domínguez que hasta el 31 de enero exhibe la Fundación Cristino de Vera en la lagunera calle de San Agustín. Se trata, como señala su comisario, el catedrático Fernando Castro Borrego, de una exposición de tesis, centrada en dos conceptos de la belleza surgidos de la inspiración del genio surrealista tinerfeño. La belleza convulsiva y la belleza contemplativa se ponen en relación, con sus épocas respectivas, a través de dos obras fundamentales del autor, Cueva de guanches (1935) y La couturière (1950). Una es el homenaje de Domínguez al indigenismo canario, la otra un reconocimiento a la madre de un amigo comunista del pintor, costurera de oficio. ¿Y por qué el canon de belleza varía en solamente dos décadas? Porque al final la pintura es hija de su tiempo y reconoce, detecta por anticipado, los acontecimientos que están por llegar. El movimiento surrealista encuentra su fuente en el caos, porque no hay otra cosa que caos en la Europa de entreguerras, un tiempo en el que todo es provisional, en el que se vive en la certeza de la finitud, la derivada del desastre anterior y del que se sabe está por venir, aún más macabro. Son las bellas artes del momento las que anuncian, más que las portadas de los periódicos, la masacre a escala industrial que será la II Guerra Mundial, y los artistas de la época viven, creo, el frenesí de la desesperanza. Los cuadros de Domínguez son, en ese aspecto, tan esclarecedores como los ensayos de Jung, las novelas de Stefan Zweig o los reportajes de Manuel Chaves Nogales. Un mundo entero se cae a pedazos en las grandes capitales del Viejo Continente, y quizá todos lo saben pero nadie lo afirma a voz en grito, salvo a través del arte como herramienta panfletaria. Los cincuenta, también representados en la exposición de la Fundación Cristino de Vera, son años muy diferentes, pues en ellos asoma la resaca de tantos holocaustos -bélico, étnico, atómico- sucesivos y se esboza la conquista de una nueva Europa que, en su decadencia indudable, al menos se propone no guerrear más contra sí misma. Hay otra razón por la cual es conveniente disfrutar de este placer estético a dos pasos de casa, y es recordar nuevamente que una generación de artistas e intelectuales canarios tuvo la virtud, hace ya casi un siglo, de mantener siempre viva la ambición de estar y ser en el mundo. Y eso es algo que a veces tendemos a olvidar, justo ahora, cuando la dificultad del presente nos enseña que es preciso abrir las puertas, mirar al mundo y actuar sin complejos. Es el legado de Óscar.

www.juanmanuelbethencourt.com
@JMBethencourt