X
nombre y apellido >

Teresa Romero – Por Luis Ortega

   

Confieso francamente que esta columna y quien la firma aguardamos con emoción, interés y paciencia el desenlace de un suceso que, para la tranquilidad y la paz social, se resolvió favorablemente hace  tres días. Tras los preceptivos análisis y controles, Teresa Romero Ramos (1970), natural del municipio lucense de Becerrea y auxiliar de clínica, superó oficialmente la infección de ébola y, ahora, se repone de una leve dolencia pulmonar. La trabajadora interina se presentó como voluntaria para el equipo sanitario que atendió a los misioneros de la Orden de San Juan Dios -Miguel Pajares y Manuel García Viejo- fallecidos en el Hospital Carlos III, a donde fueron trasladados desde Liberia, en una operación humanitaria que, no obstante, motivó la controversia en círculos médicos y medios informativos. El pasado 6 de octubre saltaron todas las alarmas cuando se divulgó el primer caso de contagio en España -y en Europa- y, entre el desconcierto y el miedo, la noticia y sus secuelas eclipsaron todas las parcelas de la actualidad. Junto a la enferma, que gozaba de vacaciones y había concurrido a una multitudinaria oposición para lograr la fijeza en el empleo, apareció el nombre de su esposo, Javier Limón, y el de su perro -Excalibur- sacrificado con presteza pese a las protestas de las asociaciones y amantes de los animales. Este hecho abrió portadas y telediarios de medio mundo, mientras una tormenta crítica, protagonizada por el personal hospitalario, caía sobre los responsables autonómicos y estatales, señalados por los silencios incomprensibles y las declaraciones injustas y extemporáneas; ante errores reconocidos, medidas radicales -como la creación del  comité de crisis con Saénz de Santamaría al frente- ejercieron de contrafuego y, tras dos semanas de angustia y el descarte de nuevas afecciones, tensa calma y, eso esperamos, propósito de enmienda. Teresa, cuyo valor fue reconocido en su trabajo y enfermedad,  está en el cuarteto de supervivientes de este mal de pobres que enseñó su rostro en Occidente; junto al médico norteamericano Kent Branly, su colega noruega Slije Lehne Michalsen y la enfermera Nancy Writebol, puede contar que regresó del infierno y el riesgo y valor de quienes la ayudaron en el duro y, finalmente, feliz tránsito; vuelve a su realidad con la misma energía con la que su compañero anuncia que se va a dejar la última gota de su sangre “para defender su honorabilidad y su dignidad y para demostrar ante los tribunales la gran chapuza que ha sido la gestión del ébola en nuestro país”.