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Abrir los ojos – Por Saray Encinoso

   

Vivir con los ojos abiertos. Una palabra puede ser suficiente para que en vez de hablar de la última película de David Trueba hagamos una descripción más cercana de la situación que vive España. La realidad no ha cambiado, pero parece habernos cogido por sorpresa a todos. Reconocía la escritora Elvira Lindo en su último artículo dominical que por más que lo intentaba no terminaba de creerse esa especie de caída del guindo colectiva que ha permitido que durante 37 años de democracia los desatinos que saltaban a la vista en pueblos, costas y ciudades ocurrieran de manera imperceptible. La corrupción, a veces más clandestina y otras mucho menos, contaba con el beneplácito más eficaz: el consentimiento de una clase media concentrada en placeres hasta entonces vetados. Las vacaciones cada agosto y el adosado unifamiliar ayudaban a que no quisiéramos quitarnos la venda de los ojos. Creemos que la crisis nos ha cambiado, pero ¿de verdad hemos superado esa ceguera?

Los políticos y los periodistas están acostumbrados a ser la diana de casi todos los ciudadanos, aunque no voten y aunque no lean. La irrupción de Podemos y de medios alternativos es un síntoma del hartazgo generalizado ante ese amiguismo que ha permitido que alcaldes y concejales enchufen en la administración pública a colegas y familiares, pero también que directores de televisiones o periódicos hayan publicado o censurado en función de quién ingresaba el dinero. Sin embargo, a pesar de esa evolución política y mediática que está a punto de desbancar el bipartidismo -político, pero también mediático- la venda sigue sin dejarnos ver. Es verdad que las profesiones más denostadas acaparan la mayor parte de la responsabilidad en este desastre -y que la corrupción no es algo puntual como dice Mariano Rajoy-, pero ellas solas no serán capaces de solucionarlo. Solo un ejercicio de justicia colectiva, en el que recordemos esas ocasiones en que miramos para otro lado simplemente porque era más fácil guardar silencio que decir “esto está mal”, nos sacará de esta inocencia colectiva e improductiva, de ese país de siempre jamás al que felizmente nos mudamos hace mucho tiempo.

Como periodista asumo todas las -merecidas- críticas que recibimos, pero como ciudadana me siento como Elvira Lindo: las leyes son imprescindibles para acabar con los desmanes y garantizar la transparencia, pero también que todos dejemos de pedirle a periodistas y políticos que hagan limpieza en sus filas y que dejen solo a los mejores para que nos salven. Mi admiración siempre está con todos aquellos, casi siempre anónimos y discretos, que aprendieron a llevar una vida coherente. Por eso creo que nada cambiará profundamente hasta que aprendamos a alzar la voz ante el que tenemos al lado. Dejar de creer en hadas sería un buen comienzo y, también, un acto de madurez.

@sarayencinoso