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Fuera de cobertura – Por Félix Díaz Hernández

   

Sobrevivimos en el vórtice de una fuerte borrasca, de una tormenta perfecta salpicada de mensajes, anuncios, fotografías, exhibicionismo gratuito y masivo, vídeos, WhatsApp, geolocalizaciones, aplicaciones y flashes, que lejos de suponer “la madre de todas las libertades”, se han convertido en la cadena que nos sujeta esclavos a nuestros contactos, al trabajo (aquellos que lo tienen), a la dependencia telefónica o a la obligación de estar siempre localizable. Además con la potestad de interrumpir nuestro descanso, nuestro sosiego, miles de conversaciones que luego fenecen inacabadas, diálogos, retiros, besos, caricias, reflexiones; nada está a salvo. La lista de lo que hemos perdido por la presunta e imperiosa necesidad de estar en todo momento interconectados resultaría interminable; las ventajas, que algunas hay y puedo enumerarlas, no resistiría bajo mi punto de vista, la más mínima comparación. A pesar de ello, la culpa no la tiene la tecnología, ni los avances de las comunicaciones, la responsabilidad de este sinvivir es nuestra, por no saber utilizar con cabeza los artilugios que, prácticamente, llevamos adosados al cuerpo 18 horas al día y subiendo. En esta batalla que parecemos haber perdido ya hay víctimas, cuerpos que yacen en el campo, en las trincheras o definitivamente enterrados en los camposantos. Los derechos a la propia imagen, a la intimidad o incluso al honor daban un paseo, creyéndose a salvo, protegidos, cuando fueron alcanzados por proyectiles provenientes de todas las direcciones. Fuego enemigo, de quienes pretenden hacernos daño o son unos inconscientes; y hasta con munición propia, porque en más de un caso nos damos el tiro de gracia nosotros mismos, tanto a nuestros intereses, como a nuestras relaciones, secretos, opiniones y deseos. De momento, yo desando algunos caminos y me refugio en los casi exterminados oasis, cada vez hay menos y más pequeños, del país que aún está “fuera de cobertura”.