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Mario Camus – Por Luis Ortega

   

Como un rito en fechas rituales, me propuse recuperar un hito de los ochenta, cuando ya la democracia permitía analizar, en su extensión y crudeza, los páramos y tiempos superados. Encontré enseguida compañía y, como pausa, en su apretada agenda de exámenes parciales, Luis descubrió aquella magra denuncia coral que, con el argumento de Miguel Delibes, agrupó a dos inolvidables actores -Francisco Rabal y Alfredo Landa -y a un director al que, acaso por pereza, no lo hemos apreciado en su exacta medida. Oso de Oro en Berlín (1984), Los santos inocentes fue en su origen una novela magra, sin nada superfluo en la descripción del paisaje, nada ajeno a la ruda personalidad de sus protagonistas y nada externo a sus viscerales pasiones; un relato de opresiones atávicas y un atávico sentido de la supervivencia de las víctimas; y fue, ahí está la razón de su éxito, el cabal entendimiento de dos actores que entraron bajo la piel de Paco el Bajo y Azarías, las llaves de la triste historia. Iniciado como realizador de series televisivas y cintas comerciales, el santanderino Mario Camus (1935) reconoció el valor de los mimbres e hizo una cesta expresiva de las realidades de “un país con muchos yugos”, algunos por desgracia vigentes. Ajusto la memoria sobre un creador correcto y previsible que no cae pero tampoco desborda, acaso porque su propósito es buscar los cauces de la cotidianidad donde los mensajes artísticos, como la lluvia fina, son más útiles y valiosos que los ruidosos torrentes de sorpresa. Firmó una treintena de películas desde su debut en 1963 con Los farsantes y un bloque de títulos capitales de la industria nacional, en su mayoría rodados entre los años ochenta y noventa: La colmena, La vieja música, La sombra de la batalla, La sombra de las nubes, La ciudad de los prodigios, La playa de los galgos, entre otros. Recibió una docena de premios, desde el Nacional de Cinematografía en 1985, a dos Goyas, uno por guión original y el segundo de honor a toda su carrera y galardones de la crítica en España y América. Versátil en su trabajo, tan pronto ajustó la lente en adaptaciones literarias -desde Lope y Calderón a Galdós y Lorca y Aldecoa y Cela- como reveló sólida maestría para abordar con sus textos los problemas del terrorismo etarra y las inclemencias y paradojas de la sociedad capitalista. El calendario marca el 28 de diciembre, la Matanza de los niños de Belén y alguna que otra broma aliviará “el drama de los desposeídos”, como calificó la prensa de Cannes a uno de los grandes filmes españoles.