X
por qué no me callo >

El melón del 78 – Por Carmelo Rivero

   

La Constitución del 78 es una pieza cabal, con 36 años de antigüedad, lo que en la arqueología política no la vuelve un incunable y admite reformas. La momia precoz merece un lifting, toques de botox, limar las anfractuosidades. Pero el mármol de la cosa es de Carrara; tiene esto del tema de la Constitución un apresuramiento y una falacia, o sea, una huida hacia delante. Si se hace a golpe de Cataluña, se hará también después a golpe del País Vasco, de Galicia y de Canarias. El cuento de la Constitución de nunca acabar, que dejo para Ernesto Rodríguez Abad en Los Silos. Arturo Pérez Reverte cocina un Quijote que seduzca a lectores perezosos (no he dicho Antonio López), porque a la biblia de Cervantes, como a la Constitución de Suárez, se la lee mal o no se la lee. Pues que Reverte haga la reforma de la Carta Magna, que por lo visto se le da. La mayoría de los padres de la Constitución ya se han muerto, y los hijos de la Constitución ahora la quieren matar, por seguir la senda de Edipo de matar a los padres.

Tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias tienen esa misma pulsión coetánea; Rajoy, en cambio, no da el perfil 15-M. Sin serlo, pasa mejor por padre que por hijo de la Constitución, y ahí está formado el lío generacional que nos ocupa, mientras la crisis se torna resaca y ya nadie le hace caso a la prima de riesgo ni al déficit, que todo queda en familia. Estamos en lo otro, en la corrupción y en la Constitución, en los padres y los hijos que se dejan la coleta. Hubo un cambio español no disruptivo en el 78. Pero de esa quinta son también Bárcenas y Rodrigo Rato, que son dos gallos santos sin devoción en el corral del PP. Pese a todo (pese al CIS, que ahora cuento), Sánchez ha puesto el melón sobre la mesa para que lo abran entre todos, siendo jornada de puertas abiertas (del Congreso) y el sábado, día del melón. Para que Cataluña no se vaya, ni España se desintegre como la URSS (tal día como hoy en el 91). La tangentópolis y la clase política juntas suman el 87% del descontento nacional, incluidos los vuelos de Monago a este nido de amor. Ironías del destino. Esta vez no “es la economía, estúpido” (de aquel asesor áulico de Clinton), sino la política y el juego limpio: la foto del paisano Alejandro de ocho años (premio de Reyes) separando al árbitro y al monitor de prebenjamines frente a la golpiza ultra junto al Calderón. A la vejez prematura de la Constitución la arrolla esta ola de líderes con cara de niños, como Errejón con su calvario, y las encuestas les sonríen. Aunque Europa no sea tierra para jóvenes, según Angela Merkel, que no es ninguna niña.