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Obama, un gesto final – Por Fran Domínguez

   

Los líderes mundiales tienen que dejar su rúbrica en el amplio y pesado libro de la historia. Obama ha querido despedirse a lo grande en su segundo y último mandato, como establecen los cánones -no escritos- en la Casa Blanca, donde es casi una tradición que el presidente se despida con un logro de calado, aunque no siempre se dan las circunstancias favorables para ello.

La anunciada normalización de relaciones con Cuba, uno de los escollos más larvados del panorama internacional, una verdadera reliquia de la lejana Guerra Fría, supone un prestigioso tanto para anotar en su legado político, junto a otro, que ya consiguió en su momento: la desaparición del terrorista más buscado de todos los tiempos y padre ideológico de la barbarie de los atentados del 11S, Osama bin Laden -hablo aquí solo a escala internacional, que es lo que nos afecta a todos, es lo que tiene el Imperio-. El acabar con un viejo conflicto vecinal y estratégico habría sido impensable para Obama -y los demócratas- en la primera parte de su presidencia. En esa coyuntura, la oposición cubana radicada en Miami era un obstáculo sumamente difícil a la hora de encauzar un entendimiento con Cuba, sobre todo por su enorme ascendente electoral en Florida, un estado clave en los últimos años para desnivelar la balanza entre republicanos y demócratas. Sin embargo, pese a reiniciar la situación bilateral con el país caribeño el balance supraestatal de Obama cojeará -y de manera ostensible- entre otras cuestiones por su inacción ante el conflicto sirio -prometió la intervención norteamericana contra el régimen de Bashar Al Asad si se producían ataques químicos a la población, lo cual no hizo- y, especialmente por su tímida y tardía reacción al advenimiento de Estado Islámico (EI), la organización salafista del autoproclamado califa Ibrahim Al Baghdadi, que controla un amplio territorio entre Siria e Irak y que en estos momentos representa uno de los mayores peligros para la estabilidad de Oriente Próximo. Obama deja con lo de Cuba su impronta en la esfera internacional, con política de altura, aunque se mantienen algunos lunares que empañan lo que podría haber sido ocho años fructíferos y que avalarían realmente su condición de premio Nobel de la Paz.