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Ramón Sijé – Por Luis Ortega

   

Con su nombre oficial -José Ramón Marín Gutiérrez- y su breve biografía -nació el 16 de noviembre de 1913 y falleció de septicemia la Nochebuena de 1935- apenas pudo entrar en los fastos de Orihuela. Pero la fortuna de contar, desde la infancia, con un luminoso compañero del alma lo convirtió en un héroe cimero de las letras hispanas, destinatario de la más hermosa elegía escrita en los últimos cinco siglos.

Hijo de un comerciante de tejidos, estudió bachillerato con los jesuitas y derecho, carrera en la que se licenció con Premio Extraordinario, en la vecina Murcia. Con una precoz inquietud política inspirada en el humanismo cristiano, participó en tertulias y revistas literarias y, con Jesús Poveda, Martínez Fabregat y el gran Miguel Hernández, fue un animador cultural y un implacable fustigador de los “movimientos superados”, que criticó en el ensayo La decadencia de la flauta y el reinado de los fantasmas, alegato feroz contra los últimos románticos, publicado cuatro décadas después de su fallecimiento. La relación del poeta y el crítico se cimentó en el amor compartido por la poesía del Siglo de Oro y, aunque sus posiciones éticas y estéticas los enfrentaban radical y airadamente, debatieron abierta y alegremente, pero sin reservas ni acritud como recordaron sus coetáneos. El joven abogado sentía pasión por la teología y el Perito en lunas veía al hombre como actor de la historia y dueño de su destino. José Ramón fue un sabio precoz, “un joven anciano”, que orientó a Miguel hacia rumbos y autores que éste desconocía; actualizó su talento intuitivo, contextualizó su creación en los ismos contemporáneos y le animó a emprender su aventura madrileña; Miguel, por su parte, habló de su inteligencia y dio a conocer los ensayos de su amigo en los círculos literarios de la Villa y Corte, donde el oriolano “rudo y tierno” había despertado curiosidad, simpatía y ciertos celos de los narcisistas, asombrados de las capacidades y fuerza expresiva de Cara de patata, como lo llamaron. En junio de 1934 salió el primer número de El Gallo Crisis y, dieciocho meses después, cuando se había abierto hueco entre las grandes publicaciones de la época, una infección galopante acabó con su alma mater, que apenas contaba veintidós años. Hernández escribió entonces su pasmosa elegía, la más honda popular -versionada musicalmente por Serrat, Morente, el Habichuela y Sanlúcar, entre otros- y situó en la eternidad a Ramón Sijé.