Continúan corriendo rÃos de tinta sobre los charcos de sangre dejados por los crÃmenes terroristas de firma yihadista cometidos en ParÃs. Resultó cómoda la decisión de los lÃderes occidentales de asistir a la manifestación en la capital francesa para sumarse a la multitudinaria condena del terrorismo y en favor de la libertad de expresión. Cómoda porque esas dos premisas son elementales y primordiales en la sociedad occidental. Las crónicas de estos primeros dÃas del año, de casi todos los dÃas, también dejan muerte y barbarie en otras partes del mundo provocadas por el terrorismo yihadista.
A los lÃderes occidentales les resulta ya más incómodo citarse en las capitales de Siria, Nigeria, Irak, Afganistán o Pakistán y condenar el terrorismo con el mismo clamor que en ParÃs. Además, la libertad de expresión en la prensa comparte con otros derechos el pilar central de un paÃs democrático. En este sentido, y al margen del terrorismo, hay quienes se apresuran a arremeter contra acciones reprobables realizadas extramuros y, sin embargo, se muestran menos intransigentes con las cometidas en sus respectivos territorios. Cuando la libertad de expresión en la prensa se desarrolla en un ámbito más cercano -léase en la PenÃnsula o en Canarias- y es capaz de desentrañar todo tipo de acciones ilegales, o al menos poco éticas, de los paladines del poder polÃtico, económico o social, entonces y solo entonces ponen toda su potente maquinaria en marcha para acallar, de distintas formas y maneras, a esas personas que desempeñan su profesión: los periodistas. Existen casos suficientes como para que usted, estimado lector; usted, apreciada lectora, conozca alguno de ellos. Honestos profesionales del periodismo, en la mayorÃa de los casos, que han dejado al descubierto, o van camino de ello, las vergüenzas de un determinado miembro del poder de turno. Vergüenzas delictivas. En esta sociedad estos esclarecimientos dañan más la imagen de una persona que una simple caricatura, por muy satÃrica que sea. Por ello, el periodista silenciado, el periodismo amordazado, deberÃa convocar a la sociedad a manifestarse contra el acoso del poder y en favor de la libertad de expresión bajo la pancarta: Je suis journaliste.