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Sor María de Jesús – Por Luis Ortega

   

Cada 15 de febrero una multitud se ordena en largas colas para orar ante la dominica mendicante Sor María de Jesús -María de León Delgado (1643-1731)- cuyo cuerpo incorrupto se expone en el aniversario de su muerte en el convento lagunero de Santa Catalina de Siena. Hasta la Plaza del Adelantado llegan ese día devotos para implorar y cumplir promesas y, también, ofrendas materiales -alimentos, ropas y dinero- para atender las necesidades de los pobres, clase eterna y sufrida a la que la religiosa dedicó sus mejores afanes. Nacida en El Sauzal, salió desde la primera niñez y nunca volvió a este pueblo; adoptada por una familia acomodada residió en La Orotava y, después, bajo la tutela de sus tíos, en la entonces capital insular; ingresó en el cenobio y destacó, sin pretenderlo, por su inteligencia y discreción, por su dulzura y piedad con los necesitados. Representó un prototipo de la monja tridentina y, a la vez, fue una persona instruida a la que acudieron en busca de orientación y consejo los vecinos notables y también los modestos. Según la tradición, un sueño evitó su ingreso en la congregación de las franciscanas, las monjas claras fundadas por la mejor amiga del Pobrecito de Asís, y determinó su profesión en la Orden de Santo Domingo, donde se popularizaron sus saberes y cualidades extraordinarias, desde la bilocación, la clarividencia y la profusión y éxito profético, al éxtasis y la levitación, y algunos de las señales físicas de la santidad como los estigmas de la Pasión y la hipertermia. Compartió catecismo y amistad con un lego de suma popularidad en La Laguna barroca, adscrito al cenobio de San Diego, fray Juan de Jesús, un icodense rudo y fuerte, tonelero en sus mocedades y tuerto que, pese a su carencia de instrucción que le vetó la ordenación sacerdotal, su agudeza campesina y su bondad conquistaron la simpatía de La Siervita, apelativo con el que se conoce a nuestro personaje. Los cronicones locales, que le asignan más de un millar de milagros y el hallazgo de su cadáver en perfecto estado de conservación a los tres años de su fallecimiento, movilizaron a los laguneros que, desde entonces, lucharon por colocarla en los altares. El primer proceso de beatificación se inició en 1826 y, sin razones explícitas, se interrumpió seis años más tarde. En 1992 y, a un año de su acceso al Obispado Nivariense, monseñor Felipe Fernández dio un nuevo impulso a la causa y se nombró a fray Mateo García de Paredes como postulador de la causa. Hoy también recibirá el homenaje y la oración de sus paisanos que, además, podrán acceder al único museo que, en el propio recinto conventual, guarda notables testimonios de su existencia ejemplar.