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Enrique Oramas – Por Luis Ortega

   

Colgó su primera exposición en El Desván hace treinta años y, en la recién estrenada primavera, presentó en ArteGalería una misteriosa y cuidada serie situada, y dedicada, a la epifanía del color.Articuló su discurso sobre la plenitud del Cinquecento de Venecia y en las grandes telas de los maestros que sostuvieron sus gamas gloriosas con estructuras, bases y perchas tan sabias como complicadas; en esa dirección, abordó la solidez y levedad de esas formas con pretensiones polícromas dentro de los cerrados límites del blanco y negro. Así pues, en una valiente declaración de intenciones, propuso un ciclo histórico determinado y un modo estético caracterizado por las composiciones sabias y elaboradas para distribuir armónicamente la variedad cromática requerida por el asunto; y lo trató y sintetizó con la economía del grafito y el carbón comprimido y la infinidad de gradaciones que caben -y él se encarga de demostrarlo- entre éstos y el soporte virgen del poliéster y el vinilo. A la vez que recordó y rindió homenaje al aura fastuoso y táctil de Tiziano, Tintoretto y Veronés -por mentar a los más grandes- recreó la visión interior, radiográfica casi, o frontal y cenital de sus colosales cuadros, hechos para el disfrute y la vanidad de una sociedad rica y elitista. También se declaró admirador, y acreedor, del credo y la obra del soberbio Dai Jim (1388-1462), y justificó su cercanía ideológica desde el análisis de su potencia comunicativa y en la comparación de los rumbos plásticos de occidente y oriente; porque, cuando los primeros renacentistas se limitaban a impregnar de verdad y naturalismo a la gravedad del gótico tardío y la naturaleza aún no existía para el arte de Occidente, el fundador de la escuela Zhe, al servicio de la dinastía Ming, desarrollaba un sorprendente magisterio en sus sedas con paisajes y animales que, con la invención y el recurso sublime de la perspectiva atmosférica, adquirían una admirable escala tonal. Con esos dos valores -abundancia y sobriedad- como inventario y paradoja, Enrique Oramas responde a los propósitos y virtudes de los pintores venecianos en relación a los mensajes sensuales de la pintura y, además, a las propuestas del creador chino que, un siglo antes y con los medios mínimos, logró efectos paralelos y estableció “con sus medias tintas un diálogo complejo entre las sensaciones y los matices de cada individuo”, con singular intensidad emotiva. Con carácter precursor, y con atención a los ámbitos conocidos en pos de nuevas perspectivas e intereses, sus trabajos anuncian, con alegría profética, la llegada del color o, tal vez, su ausencia en las cálidas y atractivas huellas de su huída. Ese es su hallazgo.