Las flores no tienen boca para decir lo que sienten. Las flores no tienen oÃdos para oÃr lo que otros cuenten. Las flores no tienen ojos para ver a los que mienten.
Flores. Las flores y tú. La que las adora, la que camina de la mano con ellas y las hace desfilar ante las miradas de los que no saben apreciarlas como tú. La enamorada de sus hojas en primavera, verano, otoño e invierno. En lo bueno y en lo malo. Siempre contigo para echártelas encima, ocultando complejos entre pétalos y exaltando cortesÃas para regar lo que nadie riega. Homeostasis tú. Homeostasis, y las flores. Saboreas la luz para crecerte, llenarte de energÃas y decirte a ti misma lo que no te dicen. Saboreas tus palabras llenas de convencimiento, de superación y de orgullo, con tus flores como eco. Y gritas de alegrÃa con tus flores, a vientos con las virtudes que te importan. Porque te importas. Pero nadie lo oye.
Y es que las flores no tienen boca para decirte lo que sienten. Para echarte flores. Las flores y ellos. Los que dices que infravaloran a tus flores, los que no saben enamorarte ni tampoco tratarte. Pero tú, escondida tras tus pétalos y agarrada a tus raÃces, no dejas que ninguno traspase tus flores. Nadie ve tus ojos, nadie oye tus palabras. Nadie prueba tus labios.
Eres tú realmente la que evita flores ajenas. Eres tú la que ve las espinas. Asà que deja de echarte flores. Saborea lo que hay detrás del escudo, llénate de los cumplidos que lancen a tu atmósfera. Escucha los que no se dicen ni cuentan. Riégate y déjate regar. Suéltate de las raÃces.
Flota. Y las flores, que te las eche otro.