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GRUMO 27 > POR RAMIRO CUENDE

De un payaso

   

Vaya por delante, los payasos son sagrados, yo soy el de mi vida. Hans Schnier es -no se si existe el tal Hans- o fue durante la lectura un payaso que cometió el grave error de provocar compasión. Un cómico parece que no debe hacerlo, pero pienso que sí puede: ¿recuerdan a Chaplin en Candilejas? Cuando a Hans la mujer lo deja por payaso se ve abocado a lo que parece ser el fin de su existencia y la ruina económica. Durante una tarde en Bonn, Schnier repasa su vida hablando por teléfono con sus conocidos. ¡Un auténtico desastre! Hay un libro, Opiniones de un payaso, cruel como la vida, en el que el Nobel de Literatura de 1972, Heinrich Böll, hace una mordaz crítica de la Alemania desunida y rota por las heridas de la guerra, allá por 1963. Es un cruento relato sobre la falsedad, la de las prácticas de los políticos demócrata-cristianos alemanes para conservar el poder; posturas que implicaban, ahí es nada, la perversión tacticista de las doctrinas cristianas a favor de unos intereses que nada tienen que ver con sus rezos. ¡Hay que ver! La historia de un payaso de profesión, ateo, al que le ha sido negada la felicidad por aburrido. A través de las opiniones, reflexiones, recuerdos y diálogos telefónicos de Schnier desde su apartamento de Bonn, al que había llegado hace unos pocos días y por primera vez desde que su mujer, Marie, lo abandonó a su suerte. La novela construye un retrato fiel y minucioso de una época olvidable, la del nacionalsocialismo, la construcción del Muro de Berlín -hoy casi olvidado- y otros sucesos de tamaña importancia para la historia de la humanidad, todo ello a través de un payaso desencantado, en el temprano declive de su vida. Y qué decir de las acciones, que no actuaciones, de los clowns. Un tacticista puede hacer el payaso entre otras cosas porque justificar payasadas es más propio de alguien que practica el idiotismo, o peor, que considera al resto idiotas, que de un payaso que se precie. Cabe la posibilidad de que suceda por una mala aproximación a la pista de despegue hacia la vejez, por desclasamiento o sencillamente por un ego desmedido resultado de un mal arranque juvenil, o sencillamente por una patología mesiánica. Se me ocurren más posibilidades pero no son científicamente probables.

Lo que sí es demostrable es que un payaso nunca practica el tacticismo, supongo que por respeto a los suyos, y que las malas payasadas se pagan. Es más, un payaso nunca justifica sus acciones en paupérrimas e inexplicables prácticas o tácticas circenses. Nada o casi nada me asusta; practico la épica desde la ética, eso sí, suelo expresar lo que siento, es más, también lo que pienso. A fin de cuentas mi vida es tan mía como la suya, suya. Le agradezco desde aquí a Carlos Espino sus reflexiones sobre tacticismo y otras prácticas que leí hace unas semanas. En ocasiones me gustaría, como hago a solas o en la intimidad, llamar a la mezquindad por su nombre, pero me cuesta publicitarlo. No soporto a la gente que tiene un catálogo de principios según qué casos. Personajes a los que pido que no driblen tanto y expliquen que no les gusta perder ni al parchís, expliquen que no son demócratas convencidos -lo son cuando están subidos al machito-; que expliquen que también tienen borrones e intereses; que expliquen por qué pueden ir con según qué corruptos; que expliquen por qué cuando mandan pasan a cuchillo a todo el que no comulga con sus tesis y, al contrario, ruegan o exigen clemencia para consigo y sus huestes; que expliquen tantas y tantas tácticas tacticistas que acompañan su vida política. Explíquense entre ustedes mismos mirándose a la cara. En fin, me alegra su marcha y su reunión, me alegra su vuelta a los orígenes, el de los revolucionarios quiméricos: un poco cantantes, un poco poetas, un poco maestros, un poco expertos, un poco líderes, un poco demócratas, un poco Mesías, un poco rebeldes, en suma, un poco un poco, o nada. La reflexión anterior que comparto desde esta tribuna es el resultado de lo que vengo escuchando estos últimos meses a personas que cambian de aquí para allá convencidos de su necesariedad -disculpen el sesquipedalismo- y que confieso no aguantar. No puedo con quienes lo tienen todo claro en la vida, me resulta insoportable tratar con personas que simulan no dudar nunca, marionetas inseguras que pasean en su interior la maqueta de fascistas en potencia. Para que los visualicen son por lo general personas que viven dudando del prójimo. ¡Qué canguelo! Es malo madurar y peor envejecer con el resentimiento. Si la gente fuera consciente de que siempre se está a tiempo de comer más helados, harían la vida más viable. Qué suerte he tenido de nacer, y lo digo sin falsos triunfalismos; la victoria total, la de uno mismo, se concreta en el ser y en el no ser.