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PUERTO Y PUERTA > POR RAFAEL ZURITA MOLINA

Buques de cabotaje

   

El Diario de Tenerife (1887-1916) publicaba el primer día de enero de 1901 el número de buques que entró en este puerto durante 1900, el año que iba a cerrar el siglo decimonónico.

Al margen de los datos que aportaba -tales como las nacionalidades de procedencia, toneladas, pasajeros y tripulantes-, ahora nos interesa destacar el total de arribadas, que fueron 4.752, incluyendo 38 veleros de travesía y 1.090 de cabotaje entre Islas.

Los precedentes datos estadísticos del movimiento portuario durante el siglo XIX reflejan la enorme importancia que alcanzó el tráfico de cabotaje en nuestras Islas durante aquellos años, especialmente a partir de la tercera década, que, casualmente, coincide con el tiempo que marca el Real Decreto de 5 de enero de 1822, que declara a Santa Cruz Puerto de Depósito de Primera Clase, y otro del mismo año, del 27 de enero, cuando la entonces Villa, Puerto y Plaza es elevada al rango de capital de la provincia de Canarias.

Cuando estas líneas trataron en anterior ocasión el proceso de construcción de la dársena de Los Llanos, hicimos especial mención al proyecto de 1952, en el que se justifica la construcción de esta dársena -entonces llamada del Sur- atendiendo al “incremento que ha tenido en los últimos años el movimiento de pequeños buques destinados al transporte de mercancías entre las islas del Archipiélago, y aún con los puertos de la Península”.

Como es patente, las circunstancias le marcaron otro destino -aún no definido, pero acariciado- acorde con los nuevos tráficos.

En las pretéritas estampas del puerto era habitual la presencia en los muelles de los buques de cabotaje que cubrían el tráfico insular e interinsular de mercancías.

Nos eran familiares sus nombres, entre los que recordamos a los Sancho II, Águila de Oro, Isora, San Juan de Nepomuceno, San Miguel, Adeje, Boheme, Taoro, El Guanche, Breñusca, Villa Arico…

Como barcos, tienen a gala guardar sus propias historias, conexas a sus respectivas navieras y armadores; y a los pequeños muelles comarcales y pescantes que los acogen; y a los marineros que felizmente permanecen, conocedores del mar de las Islas; y a sus descendientes, que nos hacen partícipes de un sinfín de heredadas anécdotas.

Los llamados buques de cabotaje permanecen en la historia cordial de nuestros puertos. Pero ahora, en la modernidad, son otros los barcos que ejercen lo que define la palabra cabotaje: navegación o tráfico que hacen los buques entre los puertos de su nación sin perder de vista la costa, o sea siguiendo derrota de cabo a cabo.

¡Benchijiguas y volcanes!