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POR TOMÁS CANO >

El despegue

   

Eran las tres de la mañana y el Boeing 737 estaba listo para cerrar puertas y regresar a Canarias, al aeropuerto de Tenerife Sur.

La tripulación era la habitual en los últimos seis días. Esa madrugada iba a volar con el avión, con todas sus plazas llenas, lo que significaba que el despegue del aparato sería con máximo peso.

El tiempo no acompañaba para el despegue: viento, lluvia y pista mojada, y el comandante sabía por sus cálculos que debía emplear la máxima potencia de los motores.
El avión llegó hasta la cabecera de la pista y comenzó su carrera para alzar el vuelo a velocidad (V1). Se declaró fuego en el motor uno. El comandante despegó, con rumbo de pista, hasta que ganaron la altura de seguridad establecida.

En una fracción de segundo, el comandante pensó en algo que una vez había leído ante una situación adversa y la esperanza era poca. Las determinaciones drásticas son las más seguras.

Lo primero que hizo la tripulación fue cortar gases o potencia del motor uno, y la luz de fuego seguía encendida. Automáticamente, dispararon el extintor.

La luz roja no se apagó, por lo que procedió a declarar emergencia y regresó de nuevo al aeropuerto de Gatwich, no sin que antes el control les diera un largo paseo, que parecía interminable, hasta que fueron autorizados a aterrizar de nuevo.

Afortunadamente, el aterrizaje fue preciso y perfecto. La intención de la tripulación era parar el avión y ejecutar una evacuación de emergencia, pero, una vez más, viendo el comandante que no se veía fuego o humo en el avión, prosiguió con sus propios recursos y siguió las instrucciones de la torre de control hasta el final del aparcamiento, que fue el más lejano del aeropuerto.

Los nervios eran muchos, pero había que mantener la calma. Se pararon en el punto que les fijó el control y esperaron más de veinte minutos a la llegada de los bomberos, las ambulancias y, al final, los autobuses.

Cuando ya bajó el pasaje, llegó el mantenimiento, que dejó el avión en tierra por problemas técnicos.

Horas después se encontraban en el bar del hotel, justo cuando recibieron la llamada del mantenimiento para decirles que el fallo había sido producido por un cortocircuito y que la avería que detectaron era falsa. La tripulación había tenido su instante decisivo y al comandante no se le ocurrió otra cosa que comentar la famosa frase de Tagore: “Como un mar, alrededor de la soleada isla de la vida, la muerte canta noche y día su canción sin fin”.