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LA MIRILLA > POR ROMÁN DELGADO

El pan y la vida

   

Tal y como está el patio, lo mejor es no mirar para lado alguno, sino hacer pura introspección: nadar hacia el interior más propio con ayuda del medio de transporte literatura (gratuito y sin controles desproporcionados en los andenes, a ser posible), con toda su rabia, con sus dantescas propuestas y con sus pésimas y también desconcertantes revoluciones conceptuales.

En este turbio panorama de dimes y diretes, de preguntas con respuestas propias, tramposas, y de respuestas sin atenciones al otro lado, sólo en papel prensa, se agradece la actitud más razonada de los indignados, sobre todo por cómo está siendo la residual mirada y el discurso de desecho en el fango político. Esto es así aquí y allá, con todas las magnas siglas y acrónimos.

La política lanza su hedor a la opinión pública como si fuera antídoto de farmacia, y huele, quizá no todos lo sepan, de forma muy parecida al aire que se respiraba cerca de los pallets de la acampada de Puerta del Sol, en Madrid.

¡Mira que olía mal ese tinglado con gente! Sin ofender, pero olía todo muy mal, aunque quizá menos que alguna política que se hace aquí, en estas tierras de ubicación casi desconocida, salvo para técnicos de la Comisión Europea que vienen a medir, a ver cómo nos gastamos el dinero de los 27, sí, de los que suman hasta dar forma a ese número, que son todos los de la UE, y que también la hay con menos componentes, como si esto se tratara de un bien de consumo que ofrece diversas variantes, todas ellas con precios distintos y todas ellas a la vez iguales.

El tufo de la política es también el olor del hombre sucio, de algunos de los indigentes a los que estuvo a punto de ofrecer su trofeo la candidata que por poco (y no se sabe si lo conseguirá más adelante) no se hace con el bastón de Las Teresitas, del mamotreto, del PGO, de una ciudad linda y repleta de vecinos políglotas.

Ese tufo, por seguir recopilando malos olores, es el mismo que emana de imágenes precocinadas en bikini, de campañas falsas y agrias, y de posturas hipócritas, rematadamente de puñal por la espalda o de aquí te quiero para mañana intentar ver con qué pócima logro tumbarte de una vez.

Señoras y señores, esto es un sálvese quien pueda, un a coger el salvavidas que sin él uno se va a pique, hacia los sebadales: un qué más da aquel o aquello si lo mío está resuelto. Por cierto, se suele decir en algunos de estos ambientes putrefactos, oscuros y petulantes: “¿Y qué hay de lo mío?” Pues eso, señoras y señores, qué hay de lo nuestro, de la ciudadanía, de la gente y de sus lágrimas, y de sus apuros, y de sus latas de gofio vacías. Señoras y señores, qué hay de todo esto.

Como Céline hoy sigue de moda, más por un debate anacrónico que quizá por su aportación literaria, me atrevo a reproducir, porque me viene al dedo, uno de sus pasajes de Viaje al fin de la noche, un diálogo que deja traspuesto, como lo hace hoy la política de cubo de basura. Escribió:
“-Acaban de matar al sargento Barousse, mi coronel.
-¿Y qué más?
-Lo han matado cuando iba a recoger el furgón del pan, mi coronel.
-¿Y qué más?
-¡Lo ha reventado un obús, mi coronel!
-¿Y qué más, hostias?
-Nada más, mi coronel.
-¿Eso es todo?
-Sí, eso es todo, mi coronel.
-¿Y el pan? -preguntó el coronel.”

Que no sólo miremos el pan. ¿Y la vida?