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NOMBRE Y APELLIDO > POR LUIS ORTEGA

José Sócrates

   

La crisis económica se cobra víctimas de todo signo y pelaje y pone en cuarentena a los que, por error o exceso de confianza, que para el caso es lo mismo, piensan que están a salvo del tsunami que desmantela la desorientada izquierda.

Ésta, ahora, apenas cuenta con seis gobiernos en la nominalmente crecida Europa. Podríamos enunciar ejemplos para llenar la columna, pero basta con media docena de nombres para ilustrar que los castigos, como en el Viejo Testamento, son extensivos y sólo los banqueros tienen paraguas adecuados para el fuego o la ceniza.

Cayó Gordon Brown, como fruta madura, pero la democristiana Angela Merkel no ha ganado ni una sola elección regional desde entonces; la patada a Zapatero dolió en los traseros territoriales, comunidades y municipios, que pintaron de azul la piel de toro, pero, aún descabalgado de la carrera presidencial por su irrefrenable adicción sexual Strauss-Kahn, el mirlo del PSF, el ufano Sarkozy ocupa el tercer lugar en las encuestas, superado por Marine Le Pen, digna hija del ultraderechista y xenófobo padre; se derrumbó José Sócrates (1958), en nuestro vecino rescatado, y el centro derecha con el Partido Social Demócrata (una paradoja en cuanto a su enunciado) y el Centro Democrático Social forman mayoría “para profundizar en los ajustes sociales”; y, a la vez, Berlusconi -un corcho tuneado en todos los fluidos- pierde su feudo de Milán y las grandes capitales italianas.

La cascada profética baja pareja e implacable y no se librarán de ella, salvo milagro o clemencia divina, los líderes que aún resisten, por cuestión de calendario, y los sucesores de los derrotados a plazo fijo. El Estado del bienestar fue una utopía que, apenas percibida, se nos escapó entre los dedos, como el agua, y pintan bastos para todos o casi todos.

A Sócrates, un animal político crecido en las adversidades, le castigaron sus compatriotas por un pecado general de los mandatarios que, creyentes viejos u obligados o peligrosos conversos, siguieron a pies juntillas las recetas liberales para crecer y derrumbarse; los portugueses lo acusan del mismo pecado que al presidente español y a todos sus colegas en capilla: negar la mayor, la evidencia de la recesión, o de acotarla y maquillarla como buenamente pudieron.

Y eso no basta, ni convence, a nadie y mucho menos a los que sufren, con mayor rigor, por la codicia financiera que salió de rositas y el sistema que la avala al que nadie -entre los que mandan- quiere o puede regular, y que, por el contrario, tienen su rescate asegurado. Seguirán las caídas, a droite et a gauche, como dijo el desaparecido Semprún. Esas tocan, y es bueno saberlo.