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Por Domingo-Luis Hernández >

El cazador de sueños

   

Uno toca las teclas de la academia y, de inmediato, cita los nombres que todos citan: Shakespeare, el Cervantes del Quijote, Dostoievski…, Borges, o los más cercanos Tabucchi, Luis Mateo Díez, Cormac McCarthy… Cuestiones de prestigio. Pero siempre los imprevistos te asaltan y ahí te quiero ver, ideando palabras para justificar lo que los bien pensantes se niegan a justificar.

Se llama Philip K. Dick y durante mucho tiempo este escritor norteamericano resuena en la memoria de la gente común porque un inglés llamado Ridley Scott estrenó en el año 1982 una película de culto de la ciencia ficción que se llama Blade Runner. Supuestamente está basada en una novela de Dick que se titula en inglés Do Androids Dream of Electric Sheep?, que en castellano puede citarse como ¿Los androides sueñan con ovejas eléctricas? Queda así, entonces, al punto que es común nombrar aquí como Blade Runner a la novela de Dick; más aún, una editorial española publica la traducción con los dos títulos y sitúa en la cubierta y en la contracubierta del libro imágenes del filme y los créditos del cartel original. Ocurre que el parecido de Blade Runner con su fuente es mera coincidencia, salvo en lo superficial: Rick Deckard cazador de los androides que se escapan de las colonias exteriores y transitan ilegalmente por la Tierra…

Mas mundo del éxito en las pantallas que no se ve recompensado con el ingenio absoluto del Dick de la escritura. Este torturado escritor, famoso por sus desequilibrios psicológicos y sus alucinaciones, por sus incursiones en la droga, es uno de los más prolíficos de la contemporaneidad. De él se conocen treinta y seis novelas y sus cuentos suman cinco extensos volúmenes. El ser que nació en Chicago en el año 1928 y desapareció de este mundo en la Santa Ana de California en el año 1982, el ser que se vio arrimado a la muerte y la desesperación en su infancia, es dueño de una de las imaginaciones más prodigiosas de cuantas es posible visitar hoy. Pero ¿sólo vale aceptar de Philip K. Dick el ardid para elaborar artilugios de género, de ciencia ficción, proponer situaciones alucinantes fuera del mundo “real”? Me niego en rotundo a aceptarlo. Lo dicho se arrima a los escritores de best-seller, pero no al gran fabulador que es Philip K. Dick. No en lo que toca a un escritor que dio a la estampa una de las novelas más impresionantes sobre la droga, A Scanner Darkly (que en español se tradujo como Una mirada a la oscuridad) y (al menos) otras dos piezas excepcionales, la citada ¿Los androides sueñan…? y Ubick.

Concurren en Dick varias cosas que arriman esas novelas dichas a la maestría. Una es la precisión en el lenguaje (frases brillantes, diálogos sustanciales, registros ambientales contundentes…). Otra tiene que ver con su habilidad constructiva. Novelas perfectas en los ajustes funcionales y estructurantes, en las prioridades, en el retrato de los personajes y las situaciones, en el juego sutil de los sentimientos… Y una última que combina dos registros de difícil manejo y para lo que los narradores norteamericanos (de cine o de relatos) son unos expertos: la fuerza de los mundos que registran y el enganche con los lectores.

¿Los androides sueñan…? y Ubick sitúan a Philip K. Dick en los límites del ingenio y de la imaginación; también en los límites de sí mismo y en los límites de lo que los hombres somos y lo que a los hombres nos preocupa. ¿Metafísica? Sí; pura metafísica hecha novela.

En ¿Los androides…? Dick propone explorar un mundo que vive atado a la aniquilación nuclear (como en La carretera de McCarthy). Ahí los hombres sobreviven como pueden. Registran la ambición, el poder, el dinero… Es una historia apasionante sobre todo por lo que aporta la mujer-máquina Rachel Rosen. Útil para la empresa que fabrica los Nexus-6 y fuente de desconcierto para el cazador de recompensas que se llama Rick Deckard. Sobre un final brillante, vive una escena prodigiosa: la máquina perfecta que simula a los humanos (y en parte lo es), después de acostarse con Rick y mientras este va en pos de destruir al resto de los Nexus-6 que se ocultan, ella visita la azotea de la casa del cazador y precipita al vacío la cabra que el hombre cuida con primor frente a la desaparición de las especies animales de la Tierra. Muerte por muerte es la metáfora. ¿Y hasta tanto qué? Eso le plantea Rachel a Rick, ella que vive preocupada (como él) por el tiempo parcial que le han fabricado. En Ubick, que Dick publicó un año después, en 1969, da un paso adelante en sus deslumbramientos y en su maestría (incluso en la maestría del humor y de la sagaz crítica circunstancial). Por un lado el tiempo, y con la anarquía del tiempo la ignominia de vivir un pasado remoto con mañas de un presente tecnológico. Por otro, vidas en paralelo que se cruzan en una historia en la que la muerte física no es la muerte definitiva.

¿Qué es más real?, nos preguntamos luego de la lectura de estas novelas, ¿el mundo que los vivos vivimos o los mundos alternativos, esos que muestran máquinas perfectas o semivivos que vegetan en un ataúd conservados en hielo y con cuya conciencia nos podemos comunicar a través de sofisticados micrófonos y auriculares?

¿Real frente a ficción?

Philip K. Dick, el cazador de sueños.