X
Por Juan Carlos Acosta >

La nueva vía marroquí

   

En las Islas deberíamos haber celebrado con voladores verbeneros, aunque pueda pecar de optimista, que nuestro país más cercano, Marruecos, haya dado un paso sustancial, esperemos que irreversible, hacia una mayor democratización en su modelo de Estado. Sin embargo, es curioso que, lejos de eso, los datos sobre las votaciones del referéndum, masivamente favorables a la aprobación de la modificación de su carta magna, e incluso el contenido de la reforma, transigida por el rey y comendador de los creyentes, Mohamed VI, hayan sido prácticamente barridos por los vientos alisios que soplan benignamente estos días sobre Canarias, si nos atenemos a lo poco que se ha comentado la noticia en nuestros cenáculos habituales. De cumplirse la renovación constitucional, podríamos estar ante una nueva era en las relaciones que España ha mantenido secularmente durante siglos con el reino magrebí, una historia de guerras, dominaciones, invasiones, concesiones territoriales, traiciones y acuerdos bilaterales, cuajada de episodios desconocidos para la mayoría de nuestros ciudadanos; porque el interlocutor válido para este nuevo marco será en el futuro un presidente de un gobierno -no un monarca absolutista- y un ejecutivo que tendrá prerrogativas autónomas reconocidas por ley, independientemente de los encuentros que mantengan las casas reales borbónica y alauita, para la toma de decisiones no sólo en sus relaciones exteriores, sino en lo que es más importante: la normalización de una sociedad que ha estado a expensas de unas tradiciones políticas, civiles y religiosas que se pierden en la noche de los tiempos. Al margen de la apertura que suponen sobre todo el nuevo papel más comedido de la dinastía regia, las importantes reformas parlamentarias, los avances comunales, la elevación del papel de la mujer y el reconocimiento del derecho internacional y de otras culturas, como la bereber; cabe esperar que la decisión tomada por nuestros vecinos más próximos, que no íntimos, confiera a la praxis estadista no sólo un nuevo estilo más apegado a la modernidad, sino también el sometimiento a unas reglas universales que, aunque preñadas -cómo no- de intereses geoestratégicos, den por fin salida, entre otros contenciosos, a la crisis enquistada de la independencia para el Sahara Occidental, algo que no ha podido lograr desatascar hasta la fecha el concierto de las Naciones Unidas tras 35 años en el limbo de los desiertos de la región. Marruecos es el país más importante de nuestro entorno inmediato debido a su extensión territorial, población de más de 30 millones de habitantes, recursos y estabilidad, cuya presencia en el contexto internacional se ve ahora oportuna y afortunadamente reforzada con esta nueva fase de progreso. Además, sus sectores productivos se han venido desarrollando frente a nuestras costas notablemente en los últimos años a base de industrias como la turística, especialmente en Agadir, que demanda infraestructuras y servicios que los canarios, por experiencia, conocemos, y a esa enorme y riquísima huerta que es la región de Souss-Massa-Drâa, cuyos productos agrícolas empiezan a proliferar en nuestras islas orientales. Posiblemente haya llegado el momento en que debamos considerar a nuestro vecino inevitable y desconocido como un socio oportuno para unas relaciones futuras fructíferas, más que como ese comensal incómodo que siempre nos ha tocado tener que obviar por su mala imagen en esta parte del mundo.