¡Qué envidia! SÃ, qué envidia no tener dieciocho, veinte años, para poder unirme a esos miles de jóvenes que abarrotan las calles de Madrid con sus risas y canciones, con la mirada curiosa, unidos todos por una creencia común.
Madrid se ha convertido en la ciudad de la alegrÃa, porque es contagiosa la alegrÃa de estos miles de jóvenes que han venido a reunirse con el Papa. Los jóvenes están por todas partes, llenando plazas, calles, visitando museos, asistiendo a conciertos. Quienes creen que van a encontrar a miles de mojigatos se llevarán una decepción.
Las chicas lucen pantalones cortÃsimos y camisetas ajustadas; los chicos andan igualmente con bermudas y camisetas y algunos con gorras para defenderse del calor, y se dejan llevar por el estruendo de la música de los conciertos que, diseminados por la ciudad, han ocupado parte de sus noches. Si acaso lo que llama la atención de ellos es lo pacÃficos que son. SÃ, no se ve ningún signo de agresividad, de mal rollo, que dicen los de su edad.
Todo lo contrario. Tampoco se han dado al botellón, lo que no significa que no se hayan tomado unas cuantas cervezas o alguna copa. Pero, en general, lo que destaca de todos ellos es la alegrÃa, el saber que están viviendo un acontecimiento único, como es la de encontrarse con el Papa. Saben, me cuesta entender que frente a estos jóvenes se alcen voces intolerantes que ansÃan expulsarlos simplemente porque no comparten su credo.
Hay quienes no quieren aceptar que esta Iglesia, con todos sus defectos, que los tiene, ya no es la de antaño. Pero sobre todo que hoy no es ayer, o sea que en la España de ahora la religión no es un elemento determinante y mucho menos obligatorio, que cada cual puede creer en lo que le venga en gana, o no creer, que el nuestro es un Estado aconfesional.
La visita del Papa está siendo ya un éxito, incluso, si me apuran, desde el punto de vista económico. Por eso resultan sorprendentes los que en estos dÃas, haciendo un alarde intolerancia, no cejan de preguntar que cuánto cuesta la visita del Papa. Pienso que si hubiera que pagar un spot en todas las televisiones del mundo sobre España no habrÃa presupuesto, y sin embargo estos dÃas España es noticia en periódicos, radios y televisiones de todo el mundo, donde están atentos a esta Jornada Mundial de la Juventud. Viendo a estos jóvenes pienso también que la Iglesia es más fuerte de lo que vemos desde lejos, porque quien tiene tal caudal de juventud en sus filas tiene el futuro asegurado.
Pero, volviendo al principio, no deja de asombrarme que tantos miles de jóvenes compartan una misma creencia, y un sentido trascendente de la vida. No es fácil ser católico hoy en dÃa; no es fácil abrazar una serie de normas y restricciones que chocan frontalmente con la idea hedonista que ha arraigado en nuestra sociedad; no es fácil mantener una escala de valores a contracorriente, y sin embargo estos miles de jóvenes dan testimonio de una fe llena de alegrÃa y que sin duda es la mejor arma para la supervivencia de la Iglesia.
Creo que lo que está pasando en Madrid deberÃa de ser tenido en cuenta incluso por los escépticos y quienes no comparten las creencias de la Iglesia. Un fenómeno asà no es algo baladÃ. ¡Ah¡, y es una suerte poder asistir a esta explosión de alegrÃa. Madrid nunca habÃa sido habitada por tantas risas.