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Después del paréntesis > por Domingo-Luis Hernández

Gobiernos y culturas > Domingo-Luis Hernández

   

Podrá afirmarse, y acaso con razón, que el dispendio en cultura en otro tiempo fue descomunal aquí. Pero lo que no vale es interpretar mal el asunto y convenir en que, como andamos en época de ajustes y de rebajas, aquellos distinguidos de entonces han de amarrarse los machos ahora. Yo que (y disculpen la modestia) me dediqué en un momento importante de mi vida a la gestión, lo sufrí: siempre que alguien rompía una pieza de la vajilla de la abuela era a nosotros, que comíamos con las manos y no tocábamos un tenedor, a quienes nos pasaban la cuenta por los gastos. Insólito, pero cierto. De donde, al volver la vista atrás no está por demás preguntarnos ¿quién ha de ser recriminado por el dispendio de la cultura, los agentes culturales o los gobiernos? Por ejemplo, cabría recordar aquello que se llamó Socaem (invento de un Gobierno de Canarias) con un panorama presupuestario más o menos parecido a éste: 100 dividido por 50 para el Festival de Música, 30 para empleados, 15 para actividades y 5 para otros menesteres. Cupieron en ese panorama pálpitos de algún prócer, pago de favores, el encumbramiento por cercanía de espectáculos lamentables, paseos por Barcelona, o Nueva York además de fiestas y otros regocijos.

¿Quién ha arruinado la cultura?

Soy más explícito y recuerdo la actitud de la anterior consejera del ramo (nefasta donde las haya) que suspendió las convocatorias públicas de cultura en Canarias con el subterfugio de que le habían bajado el presupuesto. ¿Es asumible que el Gobierno del Estado haya hecho lo mismo por lo mismo y que quedaran sin el apoyo debido la industria editorial, discográfica, el cine, el ballet o el teatro? En Canarias sí, porque rinde más a los propósitos de la Consejera tal (que es el Gobierno) firmar convenios particulares con este o aquel o deslizar convenientemente el dinero hacia sus conveniencias. Igual que es responsabilidad del Gobierno el meter a fulanita o fulanito de tal en un cargo por cupo de partido, por ejemplo, la Dirección General del Libro y Bibliotecas, cuando fulanita de tal lo único que ha leído en su vida es el Catecismo por la Primera Comunión. La cultura no es solo una necesidad probada por los hombres desde que se soñaron hombres, es una obligación y una exigencia. Y a, ello responden los gobiernos consecuentes de Francia, Alemania, Gran Bretaña, Japón…; a ello han de responder los gobiernos. De donde, es sorprendente que a un grupo político que gobierna y ha sido durante tanto tiempo nacionalista no se le conozcan proyectos decididos para el cuidado del patrimonio cultural de Canarias, ni para el estudio, ni para el disfrute, ni para el respeto, ni para su difusión.

¿Podemos tomarnos en serio entonces la dicha solvencia de este Gobierno? No. Y no cuando le pide a los agentes de la cultura de Canarias que su solidaridad con la crisis que padecemos y que no hemos causado los agentes de la cultura en Canarias sea una rebaja presupuestaria del 65%, es decir, que habremos de aceptar el hecho de contar el año pasado con veinte y pico millones para actividades a 790.000 euros de éste.

Ocurre que la cultura de Canarias se manifiesta con empresas, y empresas es ocupación y actividad económica. En concreto, 30 millones de euros por el IGIC, 1,74% del producto interior bruto… ¿Qué ocurrirá, pues?

Si el Gobierno de Canarias no se atreve a tocar a sectores productivos como el plátano o el ganado, no demora la mano en el 50% de los billetes de viaje de las compañías tal y cual o pasa de puntillas sobre las cosas y cosillas de eso que se llamó Cajas, ¿por qué nosotros, los agentes de la cultura, tenemos que soportar semejante menosprecio?

No se extrañe el Gobierno, pues, de que un día cercano nos encuentre en la calle y frente a sus narices para decirle “hasta aquí has llegado, ni un paso más”. ¿Revolucionarios, indignados, rompe sistemas? No. Pero tampoco gilipollas, que el Diccionario de la Real Academia española (con la anuencia de la Academia Canaria, bien subvencionada, por cierto) define así: tonto, lelo. Y eso no, no señor.