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“Quien da la vida como Javier nunca muere”

   

Andrés, en el paseo marítimo donde se colocará una escultura en recuerdo de su hermano. / DA

VICENTE PÉREZ | Adeje

Una ola traicionera apagó de repente la vida de Javier Pérez Ramos cuando tenía 31 años. Minutos antes, no había dudado en lanzarse al mar junto a otros compañeros para rescatar a una turista, a la que lograron poner a salvo, mientras a él se lo tragaba el mar. Su cuerpo apareció a los ocho días. Ocurrió en la playa de Bahía del Duque un 31 de marzo de 1998, pero su ejemplo no se lo han llevado el viento ni las olas. Este año, el Ayuntamiento de Adeje le entregó, a título póstumo, el Premio a la Solidaridad, y pronto una escultura con su busto recordará que allí hizo el gesto más generoso del mundo: dar su vida por salvar la de otro.

Javier era el menor de nueve hermanos. Uno de ellos, Andrés, ahora concejal en el Ayuntamiento adejero, confiesa que ese gesto de altruismo “no nos ha quitado el dolor de su pérdida, pero sí la sensación de que podemos afrontarlo; mi padre murió al año porque no soportó su muerte, pero a mi madre ahora al menos se le ve sonreír, tiene vida dentro del sufrimiento”.

Una gran ola

Todo pasó de repente aquel final de marzo. El Atlántico estaba embravecido y una turista extranjera se había quedado atrapada entre las olas. Varios empleados de la empresa del servicio de hamacas, entre ellos Javier, acababan de almorzar y se lanzaron al agua para auxiliarla. “Rescataron a la chica, pero cuando él estaba saliendo de la playa, una gran ola lo cogió por detrás y no lo vieron más con vida; el 6 de abril apareció su cuerpo flotando; la autopsia arrojó pocos datos”, rememora, con curtida tristeza, su hermano.

Javier, como su familia, residía en Fañabé. Estudió en el colegio público del barrio, trabajó en la hostelería y, cuando le sorprendió la muerte, llevaba varios años en la citada empresa, combinando el trabajo con su gran pasión: el fútbol. Este deporte era su vida, jugó desde niño hasta adulto en el equipo del Fañabé; tal es así que, tras su fallecimiento, la copa insular de juveniles lleva su nombre, y su propia madre entrega el trofeo al club ganador.

Andrés describe a su hermano como una persona “simpática, deportista, dicharachera, amigo de sus amigos, y valiente”. Una valentía que le confirió el haber visto la muerte de cerca cuando era niño.

“Jugando con unos amigos, a los siete años, se cayó por un barranco de 30 metros de altura, y estuvo hospitalizado mucho tiempo por una herida en la cabeza; todo eso le hizo reflexionar sobre la vida”.

Javier Pérez Ramos dio su vida por salvar la de una turista en el mar. / DA

Andrés reconoce que lo sucedido a su hermano “te deja, no sin miedo a la muerte, pero sí sabedor de que lo que diferencia a los valientes de los cobardes es que no se cuestionan arriesgar la vida para salvar la de otro”.

El admirable comportamiento de este joven motivó que se le homenajeara en marzo de este año durante la primera edición de los Premios Adeje Lustral.

José Miguel Rodríguez Fraga el alcalde de Adeje dijo entonces de Javier que “no hay solidaridad más grande que la generosidad de un corazón joven que no pone condiciones y entrega su vida por salvar a otro; él y su familia tienen derecho a este premio, y lo merecen por dos razones: primero porque ese gen viene de familia, de la familia de los Cadena, pues Javier no hubiera tenido esa valentía si no hubiese aprendido en su casa esos valores de generosidad, de entrega…; pero además, porque ese dolor en esa playa les honra”.

De esa emotiva noche su familia está “muy agradecida”, al igual que por la escultura que en 2012 se colocará en el paseo marítimo de la playa de Bahía del Duque.
Nada compensa del dolor de perder a un ser querido, pero Andrés siente que “el espíritu de Javier sigue vivo en ese gesto suyo de entregar la vida; con gestos así las personas nunca mueren, y además nos humanizan, porque vivir sin entregarse a los demás no vale la pena”.