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Desconexiones aéreas > Juan Carlos Acosta

   

Siempre me ha llamado la atención la escasez de transportes aéreos que parten desde Canarias hacia el continente vecino. El déficit de líneas regulares con destino a cualquier país más allá de Marruecos, Mauritania, Senegal o Cabo Verde es tan insólito como incómodo para aspirar a establecer una relación cercana humana o comercial con las comunidades subsaharianas, de tal forma que, si no se quiere utilizar las bacheadas e interminables vías terrestres o los trenes espesos para cruzar grandes territorios y fronteras, no siempre expeditos de dificultades, es necesario coger un avión hasta Madrid para después volver a bajar, pasar de nuevo muy cerca de las Islas y recalar por fin en Mali, Burkina, Guinea Ecuatorial o Ghana, entre otras latitudes. Para ir más lejos es imprescindible llegar hasta París, Londres o Fráncfort y hacer transbordo hacia aeropuertos del norte, centro, este o del sur africano.

Se trata de un problema complejo y difícil de resolver, puesto que están implicados factores tan relevantes para las grandes compañías internacionales como la rentabilidad de los trayectos en cuanto al volumen de pasaje de ida y vuelta dispuesto a utilizarlos habitualmente. Así que la situación genera un círculo vicioso en el cual confluyen, de una parte, la carestía que deben aplicar las empresas a los billetes para sostener sus programas de vuelos y, de otra, precisamente la incidencia de los bajos niveles económicos de los africanos como para beneficiarse de ellos. El resto de alternativas posibles han sido hasta la fecha inviables o fantásticas, como confirma una experiencia personal que tuve ocasión de vivir hace años, cuando las Cámaras de Comercio canarias fletaron un ATR operado por Transportes Aéreos de Cabo Verde (TACV), similar a los que tenemos aquí en nuestras conexiones interinsulares, para llevar a un grupo de empresarios a Accra, quienes tuvieron que soportar más de trece horas de ruta, incluida una larga escala para repostar en Dakar.

Sin embargo, un nuevo panorama parece que despunta ahora con la irrupción de las aerolíneas de bajo coste, o “low cost”, de las que aseguran que han hecho más por la integración de Europa que cualquier otra acción política comunitaria.
Incluso algunos expertos se preguntan por la posibilidad de que ocurra lo mismo en el continente negro, aunque en un compendio de 54 estados solo se registran hoy en día en torno a unas diez compañías afines y ninguna de ellas con más de una decena de aparatos, que además no pasarían con toda seguridad cualquier test normativo occidental al respecto. No obstante, el periódico británico “Daily Telegraph” ha informado recientemente que el creador de Easy Jet, Stelios Haji-Loannou, está preparando el desembarco de una división de su empresa en África bajo el nombre de Fastjet, en consideración a la progresiva evolución económica de los países subsaharianos. Para creer en ello tampoco hay que perder de vista el ejemplo de la India, donde las aerolíneas de bajo coste han terminado por controlar en la actualidad el 40% del mercado local.

En cualquier caso, lo que nos convendría en el Archipiélago es seguir avanzando en la gestión de servicios aéreos regulares con escala en las Islas, procedan de donde procedan, con el fin de despejar así esa vía de desarrollo de futuro hacia el continente cercano, a través de dar facilidades a las posibles compañías europeas o americanas, con incentivos arancelarios o promociones turísticas paralelas que, de camino, enriquecerían nuestra principal industria.