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Que por mayo era por mayo – Por Benito Cabrera

   

Un archiconocido romance trovadoresco, de finales del siglo XV, conocido como El Prisionero nos cuenta: Que por mayo era por mayo / cuando hace el calor / cuando los trigos encañan / y están los campos en flor / cuando canta la calandria / y responde el ruiseñor / cuando los enamorados / van a servir al amor (…).

Mayo es el escenario de muchas manifestaciones de cultura tradicional. Para Caro Baroja, es la “estación del amor”. Para el culto mariano, es el mes de la Virgen María, para muchas localidades, es el espacio de la exaltación de la Cruz. En general, los historiadores y antropólogos coinciden en afirmar que la mayoría de las fiestas cristianizadas tienen un sentido de invocación a la naturaleza, a la fecundidad y el apareamiento, como final de los rigores invernales.

Bailes de negros, danzas de espadas, cantos de brujas y hogueras protagonizaron las primeras fiestas de la Cruz en Canarias. Pero de todas las celebraciones y rituales, la costumbre de engalanar cruces es la más arraigada en Canarias desde hace varios siglos. Esta celebración tiene un claro sentido de exaltación floral y primaveral, un tanto despojado del recordatorio de la pasión y muerte del Mesías cristiano. Tal como apunta el historiador Manuel Hernández (2007), la fiesta “no se celebra en honor de Cristo crucificado sino en homenaje a la Cruz”. Una cruz que es árbol reverdecido. De hecho, en muchas ocasiones esta se pinta de verde, como testimonio de un origen ancestral y pagano de la fiesta.

La Villa de Teguise, en Lanzarote, vive la costumbre de engalanar sus cruces cada año. Lo mismo ocurre con muchos municipios tinerfeños, como La Laguna y Los Realejos. Zonas del interior de Gran Canaria como Lomo Magullo, Valsequillo y Teror, siguen también la colorista tradición de la enramada.