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Juan Ignacio Arrieta – Por Luis Ortega

   

El obispo titular de Civitate y secretario del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos -el vitoriano Juan Ignacio Arrieta Ochoa de Chinchetru (1951)- será el coordinador de la comisión de investigación sobre la situación legal y el funcionamiento del Instituto para las Obras de Religión, que tiene abiertos varios procedimientos en la jurisdicción civil. En una iniciativa valiente, que sigue en importancia a la creación de un comité para la reforma de la jerarquía, el papa Francisco asumió la responsabilidad que, por distintos motivos, declinaron sus antecesores. Según los especialistas, en esta causa se podría justificar la insólita renuncia de Benedicto XVI y, por este rumbo de limpieza y transparencia, se podría definir el pontificado del sacerdote jesuita que, por primera vez en la historia, ocupa la Silla de Pedro. El banco del papa arrastra una cola de desprestigio desde 1982, cuando la quiebra del Banco Ambrosiano -detrás de la que aparecieron la logia P-2, la mafia y los servicios secretos de Estados Unidos- confirmó las sospechas sobre el blanqueo de capitales procedentes de organizaciones criminales, irregularidades y transacciones sospechosas. En el grupo que preside monseñor Arrieta se integraron los cardenales Raffaele Farina y Jean-Louis Tauran, Peter Bryan Wells, experto de la Secretaría de Estado y la laica Mary Ann Glendon, profesora de Harvard y antigua embajadora norteamericana ante la Santa Sede, trabajarán con plena autonomía “para llegar al fondo del IOR, tanto en sus aspectos jurídicos como en todas sus actividades, clientes y depositarios de fondos”. Con más de ocho mil millones de dólares de fondo, fue creado en 1942 por Pío XII para centralizar todas las cuentas del clero secular y regular, desde los párrocos de pueblo a los cardenales, desde las pequeñas órdenes a las poderosas congregaciones repartidas por todo el planeta. En las tres últimas décadas fue el flanco más vulnerable del Vaticano, una asignatura pendiente para un pontífice intelectual que, agotado en la lucha contra los casos de pederastia y las tensiones entre las distintas sensibilidades curiales, no se vio con fuerzas para investigar y decidir en consecuencia. El usuario actual de las Sandalias del Pescador que, precisamente, calza zapatos ortopédicos para ayudar a sus pies planos, camina, sin prisa pero sin pausa, hacia el destino que marcó en su primera alocución, la Iglesia de los pobres, de las periferias físicas y espirituales, la heredera legítima del último Concilio.