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DOMINGO CRISTIANO >

Respirar – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Respirar. Notar cómo el aire entra veloz, se abre camino hacia los pulmones y desde allí se comparte y se reparte entre todas las células del cuerpo, ansiosas de la vida que les insufla, recelosas ante la posibilidad de quedarse sin su particular aliento. Respirar es saberse vivo.

Cada día resulta más difícil respirar. La crisis, el paro, el egoísmo en su multiplicidad de manifestaciones, el maldito tedio que todo lo ensucia convirtiéndolo en deshecho de lo que un día fue, la mediocridad que acompaña a la rutina, los engaños de los falsamente poderosos, el destierro de lo verdaderamente humano…

Dioses extraños han puesto su tienda en nuestro jardín cortándonos la respiración, arrebatándonos la vida y entregándonos en manos de la nada. Y así morimos a diario más que vivimos hasta que una mañana alguien nos descubre sin respiro, ausentes ya para siempre de este mundo y esta Historia.

Pero no. No tiene por qué ser así. Lo dice Dios, que se rebela contra la cuesta abajo por la que a menudo se despeñan nuestros horizontes y por la que termina precipitándose al vacío nuestra existencia.

No hay que dejar de respirar, lo dice Dios. Somos hijos del aire y del aliento de vida. No es tiempo de morir, cruel destino del que no participan los hijos nacidos de la respiración de Dios.

Hasta dos veces ese es el mensaje de las lecturas que se proclaman hoy en nuestros templos. Ni el hijo de la mujer que acogió a Elías en su casa, ni el retoño de la viuda de Naín. Ninguno de los dos estaba llamado en aquel momento a la noche eterna, ni siquiera a un ensayo de tamaña oscuridad. No dejó Dios que se los arrebataran las tinieblas.

“A ti te digo, levántate”. Si me ha tocado Dios, es posible, experimentan los dos muchachos cuando ya están a punto de abrazar el silencio sin retorno. Y ambos se ponen en pie y vuelven a respirar, y el aire recorre su cuerpo y se les escapa por cada poro para dar testimonio de que el contacto con Dios es vida. Vida de la buena. Nada de sucedáneos.

Los cristianos vivimos a menudo en un permanente duelo, velando el cadáver de nuestro Señor y los restos humeantes de la hoguera en la que hemos quemado nuestras esperanzas. Y así no. Así no se respira.

Llena de sabiduría, la Iglesia nos propone hoy recuperar la mirada serena y la respiración sosegada de quien se sabe hijo de una pasión eterna y llamado a vivir apasionadamente.

No más funerales, no más cara de funeral, no más cargos a quienes siempre llevan la noche escrita en sus rostros o en sus palabras. No más promoción a los hijos de la muerte.

Respirar. Ese es el reto. Ventilarnos en medio de un ambiente viciado. Para ello no hay más camino que dejarse tocar por Dios. Levantarse y ponerse en camino es pura poesía si no dejo que el que es más que yo me toque, me coja de la mano y me entregue de nuevo a la vida.

Eso es ser cristiano.

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