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A TODA MÁQUINA >

Huele que apesta – Por Román Delgado

   

Día que despunta, día que se posa uno de esos mirlos feos e impertinentes sobre la rama de los mass media para sumar fantasmadas cocinadas con obviedades, trolas y rarezas varias. Esto, en el mejor de los casos, que no siempre ocurre así y es entonces cuando todo incluso puede ir a peor, a muchísimo peor. Un día cualquiera de este ya caluroso verano, lo que basta para correr en busca de sitio fresco, por ejemplo debajo de mi ceiba preferida en el parque fantasma de esta ciudad hoy achicharrada, te decides a vivir una jornada más y casi lo primero que te tropiezas, a veces hasta una hora antes, son casos como el de la señora doña Esperanza Aguirre que dejan el paisaje plano, puro erial, como lugar en el que no se puede ni debe sembrar nada, menos aún la esperanza. A la líder del PP en la Comunidad de Madrid parece que la corrupción, la que existe en su partido y en los demás (en la política), no la deja dormir ni casi comer. Su perorata de ayer responde a una idea muy extendida en el grupo de elegidos para la política que tiene que ver con aquello de que da igual esto que lo otro, cuando de verdad lo único que importa es la verdad (así, con repetición), y además se debe exigir que contada con exquisitez y llanura. Si no es así, doña Esperanza, ya estamos otra vez en lo de “más de lo mismo”, o sea, que nos repetimos y volvemos a esa forma de latrocinio verbal que asusta, hiere, envenena y pone a uno como una moto sin silenciador. Todo esto es mucho peor que el calor sahariano que ahora mismo penetra por las ventanas semiabiertas y eleva a rojo vivo intenso todos los castigos. La corrupción que mana de la política muestra una doble vertiente que a diario se desnuda ante los ojos del observador: no sirve a ningún ciudadano decente, la grandísima mayoría de los que están a buen recaudo, y es la mierda fresca que otros revuelven para el contraataque, con la nariz tapada y, si te vi, no me acuerdo. ¿Por qué? Sencillo: resulta que más veces de las necesarias los políticos ven en la corrupción de sus homónimos la mejor opción para dar el golpe y volar como mirlo negro y sucio, rastrero, a la rama del árbol con sombra más fresca. Doña Esperanza sabe mucho de esto, y sobre todo tiene excelso arte para dejar sin orificios la nariz, para que así merezca la pena pisotear las heces. Señores, aquí vale todo, pero… ¿qué hay de la esperanza? No está, verdad, pero por fortuna a muchos de los que la esperan no les vale con la vía rápida de andar con tales cochinadas. “Eso es cosa de otros…”, se defienden los esperanzados.

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