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por qué no me callo >

Arte en Venecia – Por Carmelo Rivero

   

Venecia mide el pulso del arte mundial. La bienal, de un trago, está descompensada en compartimentos estancos, como la reprende poéticamente el chileno Alfredo Jaar, sumergiendo y reflotando venecianamente los pabellones en la laguna común de los canales de su maqueta. Pero nada calma el deseo compulsivo de visitarla fielmente en los Giardini, en el laberíntico Arsenale de los navíos históricos, o al azar de la ciudad adriática. Hay apenas cuadros (está Tapies). Uno entra en los dominios de la instalación y el vídeo con desigual resultado; alguien derrama una canción monocorde acuclillado en un salón; Lara Almarcegui construye montañas de escombros, que comisaría Octavio Zayas, y las pilas de pósters de Edson Chagas comportan un duelo entre el arte del palacio y las tongas de fotos con desechos de las calles de Luanda. En 2007, el comisario estadounidense Robert Storr proponía: “Piensa con los sentidos, siente con la mente”; ahora, el director italiano Massimiliano Gioni titula su feria El Paraíso Enciclopédico (“Nada es más dulce que saberlo todo”, decía Platón), reivindica la imaginación activa del Libro Rojo de Jung y sale al rescate de los nombres desconocidos, una suerte de desenterramiento. Incluso, el Vaticano encargó una relectura laica del Génesis: “Nada de crucifijos y vírgenes”, dijo buscando el lado ignoto. Yo venía de América, de los sabores de Perú, y, al descender del vaporetto, me doy en la 55 Bienal el banquete de colores y especias aromáticas del Nuevo Mundo, de la boliviana Sonia Falcone. En más de 4.500 obras sobre la memoria y el saber -esta es una vasta bienal enciclopédica- se corren los riesgos de no ser original, como decía Vargas Llosa en aquel polémico artículo del honesto embaucador: en el pabellón ruso había que entrar con paraguas bajo una espléndida lluvia de oro, en honor de Dánae. Y el disidente chino Ai Weiwei contó en seis bloques paralelepípedos los dioramas de su cautiverio. Mi hijo estaba contento en la bienal y no se esperaba en el pabellón de los serbios una pared pintada con muñecos de Mickey Mouse. A falta de vanguardia, el arte avanza a golpe de impactos.