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POR QUÉ NO ME CALLO >

‘Blowout’ – Por Carmelo Rivero

   

El riesgo de reventón (blowout) existe y, de producirse (una de 50.000 probabilidades), ocasionaría un derrame de consecuencias “desastrosas”. Cuando por una vez esto no lo dicen los negativistas, sino el propio autoestudio de impacto ambiental de Repsol (a información pública por 45 días), el caso, aunque remoto, merece una pensada, como decía Adán Martín. Lo cual no evita conceder que el petróleo cumpla funciones de un gibraltar al uso, una bandera -a favor o en contra- que enarbolar a conveniencia para desviar la atención o recabar adhesiones (en Santa Cruz, un rol que ocupa la Refinería). Rajoy (bajo el flagelo del caso Bárcenas) no hace del control de la verja un casus belli original; el recurso de la cortina de humo está perfectamente documentado en el manual de todo gobernante: hacer girar la cabeza del común para despertar sentimientos colectivos, mientras los calderos indeseables están al fuego. Convengamos que Cameron no es Thatcher; ni Gibraltar, literalmente Las Malvinas, pero, a falta de un islote y sus cabras, este oportuno incidente con el 10 de Downing Street recuerda los tiempos en que Aznar ordenó la toma de Perejil a Trillo y sus boinas verdes con tatuajes de henna, como un grave desiderátum: “Que Dios les ayude… y que vuelvan con el triunfo”, les dijo antes del asalto definitivo al peñasco, y sonó a Julio César profiriendo en el Rubicón su alea iacta est. Para el ministro de la cosa no hay vuelta de hoja: “La suerte está echada”, como reza la sentencia del general romano. Y no hay pero ambiental que se interponga en la prospección, al acecho de Marruecos. Si Gibraltar es un bidón de gasolina con la Pérfida Albión que amenaza explotar (blowout), Ceuta y Melilla son un arma explosiva con Rabat para tapar vergüenzas. Y entre un comodín y otro, nos toca lidiar con el combustible de verdad en la linde de las aguas que confrontamos con el vecino magrebí. Todo es un equilibrio pirotécnico a punto de estallar por los aires, un puro blowout que excita tanto a la política en su oprobio y descrédito, ese juego de “ardientes embudos”, que dijo el poeta. Pero ninguno de los líderes presentes es Rimbaud.