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Vivir es pedir – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Nos pasamos media vida pidiendo, debe ser porque sabernos necesitados forma parte de nuestra naturaleza. De hecho, estoy convencido de ello. Pide la madre para su hijo hambriento y piden los miserables que se apuntan al famoso “¿Qué hay de lo mío?”, santo y seña de cuantos esquilman el dinero de todos. Vivir es pedir.

También los creyentes en nuestra vida de fe sumamos minutos a las horas pide que te pide. Y eso está bien: sólo se le pide algo a quien se considera superior y nosotros sabemos que únicamente el dueño de nuestra existencia tiene en sus manos cuanto necesitamos. Por eso alzamos la vista y suplicamos misericordia. Con entereza, con la confianza que da saberse comprendido.

No siempre pedimos bien, a menudo ni siquiera pedimos lo que nos conviene. Pero al menos entre oración y oración le damos a Dios la oportunidad de colarse en nuestros días. Después ya sabe él cómo mover nuestro corazón y nuestros anhelos hacia lo que de verdad importa.

Pero no acaba de rodillas la aventura del que pide. El siguiente paso es volver los ojos hacia el Señor y, mirándonos por dentro, salir de nosotros mismos y de nuestras necesidades, abrir el corazón, y dar gracias a Dios por estar aquí, por ser, por necesitar, por tener un hueco insaciable en nuestro interior… Esto ya lo hace menos gente.

Si confiamos en las matemáticas del evangelio de hoy, concretamente uno de cada diez. A mí me parece sumamente optimista el porcentaje, pero dejémoslo así. Lo cierto es que una de las claves para pedir a Dios con madurez es aceptar que la vida tiene su propio ritmo, que Él no se desentiende de nosotros pero tampoco juega a los soldaditos de plomo con nuestra existencia, moviendo los atardeceres a nuestro antojo.

Un cristiano maduro pide a Dios, se abandona en sus manos, acepta la realidad… y se pone en pie para luchar con todas sus fuerzas. Un creyente de verdad sabe pedir y volver luego a la fuente de todo bien para buscar su rostro y dar gracias o para seguir esperando.

Ésa es la madurez que, en general, nos falta. Lo queremos todo y lo queremos ya. Y cuando el botón que nos comunica con Dios no da el resultado que deseamos se va abonando en el interior la planta de la desconfianza, de la desilusión, de la falta de fe. Es terrible, pero nos cuesta la vida entera comprender que los cristianos no pedimos para que se nos conceda todo, sino para alimentar la esperanza.

Pedir es el primer paso. Y esperar es el paso que nos salva. Sólo el que se mantiene en vilo, a la espera, está vivo: porque aún no ha llegado, porque le queda todo por descubrir, porque lo mejor está por llegar pero su olor ya nos alcanza y nos pone en marcha.

Hay gente que lo ha descubierto. María de Villota, la que nos ha conmovido con su adiós, lo entendió de pleno. Por eso hace tiempo que a los oyentes de sus charlas sólo pedía que aprendieran a valorar la vida y a disfrutar de ella. “Siento que la vida es un ratito, un regalo”, decía.

@karmelojph