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Pepe Dámaso – Por Carmelo Rivero

   

Alcanzar los 80 es una lotería (los 80 de hoy son los 70 de antes, según Jordi Labanda). A esa edad fronteriza la vida se sustancia en un presente continuo que no admite impasse. Octogenario en contra de las apariencias, Pepe Dámaso (fiel a la leche con gofio) no es un reverso venerable de sí mismo, sigue siendo el que viene, el llegante (como la ola de Whitman), el cabello blanco/caballo alado, el héroe atlántico heredero de Néstor. A este artista intemporal y temperamental de Agaete que ahora recibe homenajes de la Filmoteca y el mundo universitario no cabe todavía inventariarle, aún no con figura de espalda. Pepe Dámaso no se la dio a la vida. Y esta, a cambio, le llevó al encuentro de fantasmagorías, a pintar la flora y fauna de San Borondón fingiéndose un vesánico argonauta que vuelve de la non trubada provisto de planisferio medieval. Y luego está el azar indescifrable, que ha tratado a este drago Premio Canarias a cuerpo de rey para que siguiera con vida cuando perdió a Manrique y se quedó sin conmilitón y luego sin dedo de Dios, y hasta el cáncer dio media vuelta porque nadie como Dámaso ha hecho expediciones a la muerte y ha regresado con una calavera bajo el brazo. Hizo un viaje real a Italia a desenredar el ovillo del azar al que me refiero, que en 1970 condujo a Visconti, en tanto rodaba Muerte en Venecia, hasta un cuadro suyo en la bienal de la ciudad flotante, y lo compró. El resultado fue otra película, de Miguel G. Morales. Ahora, su discurso de investidura como doctor honoris causa de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (“Mi tiempo de vida es pura reflexión… Los días y las noches ya marcan el devenir de mi existencia y su final”) llama a engaño, pues Dámaso es un purasangre, como lo era César, ambos tan uncidos y desprejuiciados cuando los conocí en El Almacén (“pero no hubo sexo”, me dijo Pepe en televisión). La suya es una biografía colosal en la áspera Canarias de los siglos XX y XXI, uno de los raros canarios archipielágicos, pintor, escultor y cineasta de la identidad, sin “miedo a lo local”. Pepe Dámaso no se entendería sin Canarias (y acaso viceversa) y ha tenido siempre la idea clara de la isla clavada en los pies. He aquí un insular incontinente. Ejemplar único. Pepe es Dámaso.