X
tribuna > Juan Julio Fernández

Valores que no pueden perderse – Por Juan Julio Fernández

   

Hace algo más de 30 años, el 20 de mayo de 1980, me publicaron en El País unas reflexiones sugeridas por la larga agonía del mariscal Tito en Yugoslavia comparándola con la del general Franco cinco años antes, ambas prolongadas artificialmente por el horror al vacío que, en sendas dictaduras, dejaban los amos del poder. Y, literalmente, apunté: “La democracia, el peor de los sistemas imaginables, pero el mejor de los existentes; tiene mucho que ver, aunque muchos lo duden, con el orden” y, también, que “un pueblo que se sabe sujeto y no objeto de gobierno está muy lejos de veleidades aventuristas y, mucho menos, revolucionarias”. Eran momentos en que terroristas y nostálgicos del Régimen ponían cerco a la nueva convivencia. El golpe del 23-F no tardó un año en producirse.

Me ratifico en lo dicho y más ahora en medio de una crisis que se prolonga demasiado, en la que se están perdiendo muchos valores y que cuando, para superarla, se requiere el esfuerzo de todos -el consenso del que fuimos capaces en la Transición-, se prodigan algaradas entre partidos, manifestaciones salvajes, inseguridad, desafíos nacionalistas y casos de corrupción, generando desconfianza de los ciudadanos en los dirigentes y hasta desesperación y amargura.

Ahora y, como decía, entonces, el jefe del Estado y el presidente del Gobierno tienen -como tenían- que asumir sus responsabilidades en un horizonte temporal inmediato y un marco constitucional mayoritaria y libremente aceptado por el pueblo. En este marco, la eventual sustitución de cualquiera de ellos y la reforma de las instituciones básicas está regulada y no pueden afrontarse sin garantizar la marcha de todos y cada uno de los engranajes de la maquinaria estatal, sin desajustes ni intermitencias.

La democracia genuina ni existe ni ha existido. Y menos en España, donde podemos decir que ha sido la Constitución de 1978 la que ha permitido un arranque que nos pone en camino -con pasos adelante y atrás- hacia ese ideal o utopía al que se acercan más otros países de nuestro entorno como, por citar algunos, pueden ser los cuatro escandinavos, el Reino Unido y Suiza.
En la Constitución de 1978 hubo demasiada condescendencia con los nacionalismos, sin duda por temor a alimentar un victimismo que los hubiera engordado más y para conseguir el consenso que contrarrestara el horror vacuii que dejaba la muerte del dictador y por la necesidad de recurrir a ellos para tener mayorías para gobernar.

Se beneficiaron el PNV y CiU, marcadamente democristianos. Pasadas tres décadas, el Estado de las autonomías no satisface ni a unos ni a otros y esto “requiere en estos momentos una atención política especialísima”, como acaba de decir Rodolfo Martín Villa. La escasa experiencia de la II República y el desconocimiento de hasta dónde podían llegar “los sentimientos”, exacerbados por algunos, parecen reclamarla.

Otra exigencia es la reestructuración de los partidos, para que se comporten ética y transparentemente, lo que conlleva una modificación de la ley electoral para que sean los mejores los que los lideren. Y otra de imprescindible urgencia es cortar la corrupción generalizada, a sabiendas de que siempre se adherirá al poder. Para ello “el presupuesto debe equilibrarse, el Tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada y la ayuda a otros países debe eliminarse para que (…) no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender de nuevo a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado”. Quiten los paréntesis y pongan “Roma” en los puntos suspensivos y tendrán lo que dijo Cicerón hace 2.045 años. Y esto quiere decir que la ciudadanía no puede cruzarse de brazos y debe exigir a los dirigentes políticos que generen confianza, lo que no puede dejarse solo en sus manos. La decisión de todos para elegirlos y para que gobiernen en aras del bien común y no para el suyo propio, perpetuándose en los cargos, está en las nuestras. Son valores que no pueden perderse.
*EXDIPUTADO DE UCD